Por Gonzalo Navarrete Muñoz | Tomado del Diario de Yucatán | Abril 2015

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Compré el libro de don Rafael Vázquez Ávila, mi admirado amigo, antes que se presente formalmente. Lo leí en una noche. Evoco a Vasconcelos cuando dice que un libro de lágrimas es un libro grande. Las lágrimas tienen el sabor de la vida: la emoción y la sal. La historia de don Rafael Vázquez Ávila es una serena y alegre historia de pasión. Huérfano de madre siendo un niño fue arrancado de la escuela por decisión paterna y desterrado a la panadería de su abuelo, el legendario Don Petronilo Vázquez Madera. Si Borges se imaginó el paraíso en la forma de una biblioteca Rafael Vázquez lo concebía en la forma de una panadería, quizás ir a trabajar en ella fue el primer éxito de una larga lista. Fue inmenso el servicio que le hizo su padre. Las fotos de ese niño menudo en medio de los trabajadores de la panadería son de  una singular  ternura y ya anuncian el futuro del niño hecho de harina, royal, mantequilla, sal  y azúcar. Pan es la palabra más trascendente de la lengua castellana: es la forma que eligió Dios para quedarse entre nosotros. En esto hay un signo: los tres hermanos Vázquez Ávila trabajan con la vida: el padre Joaquín desde el sacerdocio, don Rafael con el santo olor de la panadería e Isidro desde la medicina. La resilencia, nos dice Rafael, es la capacidad humana para asumir con flexibilidad situaciones límite y sobreponerse a ellas. Esa condición supone que el éxito o fracaso no corresponden a la realidad sino a su interpretación. O dicho con mayor precisión: no podemos juzgar lo que otros asumen como éxito solo porque a nosotros no nos parezca. Rafael obtiene éxito si una pata con queso le sale bien, aunque no tenga como irse a su casa; la exquisitez de un escotafi es la causa de la alegría de un buen panadero; el deleite de un hojaldra legítima de lomo no puede ser igualado, aunque otros no vean el sentido. Que goce de un general aplauso el pan cubano que introdujo don Petronilo,  es un gran logro para Rafael . Así tenemos que verlo: don Petronilo introdujo el pan de molde con el que se inventaron los arrolladitos y el sándwichón, ambos dignamente nuestros y con convocatoria general: lo come el potentado y el desposeído cuando puede. Nadie sabe hacer legítimo pan yucateco como Rafael Vázquez Ávila, quizás sea nuestro último exponente. Digo esto con melancolía. Como bien nos muestra Cervantes en El Quijote: uno se define por lo que come. Nosotros nos sentimos muy orgullosos de nuestra tierra y sus costumbres. Recelamos de los huaches pero comemos su pan y hemos desconocido el nuestro. Hemos perdido la identidad y este libro es una tentativa para devolvérnosla. Le envío a don Rafael Vázquez Ávila la sinceridad de mi gratitud por lo que ha hecho al escribir este texto que será un clásico de nuestra literatura.