goyito_zavala

Otro de los tipos populares meridanos de aquella época fue D. Gregorio Zavala Pastor, conocido por propios y extraños como Goyito Zavala. Fue el quinto de los hijos del matrimonio de D. José Gregorio Zavala y Dña. Francisca Pastor López, nacido en esta ciudad aproximadamente en el año 1865. Por la línea paterna estuvo vinculado a distinguidas familia emeritenses y por la materna, originaria de Campeche, no tuvo en esta descendencia.

Desde sus primeros años reveló anormalidad en su desenvolvimiento mental. Iba creciendo físicamente, pero su numen había quedado estacionado en la infancia. Su prematura orfandad paterna y sus problema psíquico lo aíslan de todo contacto familiar. Completamente incapacitado para labores escolares y menos para trabajar, la lucha por la subsistencia le era muy cruenta. Sin ayuda de nadie, ya en plena juventud, se convierte en un arrimado en una casa de amigos que fueron de sus extintos padres. Comienza a recibir dádivas de gentes que lo conocían y posteriormente la necesidad urgente por sobrevivir lo convierten en un pedigüeño. Las relaciones de parentesco y de amistad de sus progenitores, se compadecen de él, le proporcionan ropas y otras prendas de vestir y le asignan un día de la semana para ir a comer.

Cuando se inicia la década de los años veintes, Goyito Zavala tenía aproximadamente 65 años de edad. Era un hombre ya grande con mentalidad de niño. En su diario peregrinar por nuestras calles y plazas es objeto de mofas hirientes, su deficiencia mental lo hace víctima de inmisericorde agresión. Los muchachos callejeros lo acosan gritando improperios, lo empujan, le avientan cáscaras, etc. Comienzan por decirle “Pollito”, en vez de su diminutivo, a los que lleno de ira respondía: “qué pollito ni qué pollito”. Más tarde continúan por gritarle cualquier palabra que se antojara. A todo tenia que responder varias veces, rematando con una procacidad, ejemplo: “Chaplín, Chaplín, Chaplín, Chaplín tu madre”. Esta reacción de Goyito era objeto a más de burla, de diversión, pues ya advertida la costumbre de repetir cuanto se le decía, le gritaban palabras de difícil pronunciación de tal suerte un muchacho le grito: ARMENIQUEELECTROMECANODACTILOGRAFO, original y complicado vocablo con que se anunciaba el conocido reparado de máquinas de escribir D. Emilio Gutiérrez, en su taller del rincón del Parque Hidalgo. Se había convertido nuestro buen amigo Zavalita en el hazmerreir de todos. Todos lo molestaban, grandes y chicos. Cuando lo estaban persiguiendo, la puerta entreabierta de la casa más próxima le ofrecía un seguro refugio. Irrumpía al interior y su tarjeta de presentación era casi siempre: “Me están molestando”, palabras que emitía con voz de niño angustiado. La gente de la calle le hacía la vida imposible. Sus situaciones más críticas eran cuando su paso coincidía con la salida de algún colegio. Era materialmente correteado por la chiquillería. Allí se oían a grito en cuello: “Chaplín”, “Firmo”, “Dracula”, “Guagua”, “Vanlentino”, “Maciste”, “Frankenstein”, “Fatigo” y muchas otras palabras que en su escaso raciocinio eran ofensivas e inevitablemente tenía que repetir en respuesta.

Así transcurría la tormentosa vida de aquel hombre niño que a todas horas y por las más apartadas calles de Mérida en la dura tarea de buscar los centavos para vivir, cuando un pariente suyo, D. Alvaro Zavala Vallado lo invita a sus domicilio en la esquine de “La Tortuga”, 64 x 55. Desde luego la invitación fue condicionada, pues de sus limosnas Goyito tenía que ayudar con determinada cantidad diariamente para cubrir sus necesidades más apremiantes de comida, ropa limpia, etc. D. Alvaro era un modesto empleado de una casa de comercio con no muy amplios ingresos, por lo que pensamos hasta cierto punto justificada la condición impuesta.

Desde entonces Goyito aceleró el ritmo de sus diarios actividades como pedigüeño para reunir la suma convenida con su pariente, de tal suerte, en muchas ocasiones se le encontró por las calles hasta altas horas de la noche pidiendo para “Chen-Phó”, así llamaba al lavado de su ropa. Nunca en us pedidos fue abusivo, su tarifa eran cinco centavos. En el devenir de los años Goyito envejece andando por las calles de Mérida pidiendo para su “chen-phó” y diciendo letanías, amén de soportar la burla callejera. Ya era casi un anciano. Su diminuto cuerpo famélico, ligeramente inclinado a consecuencia de una joroba. Su rostro era enjuto y rugoso, barbas y cabellos blancos en su totalidad. En sus andares cotidianos había sufrido la fractura de un brazo. Su indumentaria por lo común mugrosa y raída, siempre le quedaba grande, se tocaba con un viejo sombrero de pajilla zampado hasta las orejas y en la diestra llevaba siempre sostenido un pequeño bastón que más bien le servía como arma defensiva que como apoyo. Dicho sea de paso, aquella imagen singular de Goyito Zavala la caracterizaba magistralmente en aquella época nuestro mimado actor Daniel “Chino” Herrera.

La mentalidad infantil de Goyito era de advertirse en cualquier momento. En varias ocasiones lo vimos abordar “Los caballitos” de Ordóñez en la verbena de San Juan. Tomaba asiento en un coche y mientras el carrocel giraba, miraba fijamente con párvula sonrisa al “Negrito” que aparentemente accionaba el cilindro musical, tal como podría hacerlo un niño de escasos cinco años.

Se atribuye a un grupo de amigos ya entrados en años que acostumbraban reunirse por las noches en la vieja Botica de San Juan de D. Pedro Peniche López, la paternidad de las festejadas y muy comentadas “letanías de Goyito”. A través de ellas se daban a conocer fracasos amorosos, bodas frustradas, amoríos, conquistas, deslices, defectos y muchas cosas más interesantes como chismes de sociedad. Estas eran casi siembre en rima, las que los viejos sanjuaneros enseñaban a Gomito a base de repetir constantemente y que él fielmente aprendía, mismas que difundía por todos los ámbitos meridanos de entonces. Así y con previo pago de cinco centavos espetaba sus letanías con las últimas novedades, corregidas y aumentadas, según los últimos acontecimientos. Fueron en aquel tiempo muy celebras las “letanías de Goyito” y realmente hicieron época en nuestro medio ambiente.

A continuación vamos a exponer algunas d ellas frases que las integraban, a saber:

Desde luego, temiendo herir susceptibilidades, los nombres de las damas son supuestos, por lo que cualquier coincidencia al respecto sería mera casualidad. No así los de los caballeras, a quienes no creemos ofender.

“Casó Beatriz con Curmina por quitárselo de encima”.

“La Chela Vallado es melón calado”

“Zapo Zavala, donde pone el ojo pone la bala”

“Lolita Calatayud” chica pero ‘Very Good’”.

“El Tucho Maldonado, ni frito ni asado”.

“El Cubano Laviada, tenorio de albarrada”.

“Luz Nodarse es bien sabido, no hace honor a su apellido”.

“En deportes Pepe Ortiz es campeón de “baxa-mis”.

“Amor de Mimí Ginés, un Peón conocido es”.

“Al fin Tinita Cascante dejó al “sucio” Escalante.

Así se enteraba medio Mérida de éstas y otras cosas, como las últimas hazañas donjunescas de Lolo Cano, Ramón Barbachano y Simón Cáceres, amén de las cartas de declaraciones amorosas recibidas por “el Bonito” Fortuny y “el Carita” Díaz, galanes de gran impacto entre el elemento femenino de aquella época. Gomito también transmitía cuentos picarescos de subido color que profanaron los castos oídos de añejas jamonas y de chicas en edad de merecer. Fue realmente extraordinario que aquella mente anormal pudiera memorizar tan fielmente cuanto se le enseñaba.

Fue en el año 1942, contando aproximadamente 77 años de edad, cuando se opera en la vida paria de D. Gregorio Zavala Pastor un notable cambio. El conocido comerciante D. Fernando Heredia Medina, hombre de gran calidad humana lo recoge y lleva a su domicilio de la calle 67, donde lo instala en confortable habitación. D. Fernando y estimable familia le prodigan sincera amista y profundo cariño, de los que siempre fue huérfano. Por vez primera tuvo en su mísera existencia buena mesa, mejor lecho y desinteresado afecto. Fue rescatado de la miseria human en que se debatía, fue liberado de la turba callejera que lo acosaba, ya no tuvo que pedir nada a nadie, ni contar cuentos, ni decir letanías, se acabaron los tiempo de “que pollito, ni qué pollito”. Su nueva vida en el apacible hogar de la familia Heredia-González era llena de sosiego y calma. Goyito era un ser que contaba ya como persona, le habían convertido en un hombre de bien. Vestía pulcramente, siempre bien rasurado y aseado. Al cabo de algunos años de no verlo, comenzamos a advertir su presencia en el establecimiento comercial del Sr. Heredia. era el encargado los días sábados de distribuir monedas entre los limosneros que por costumbre acudían. También le vimos oír misa de diez en Catedral los domingos. Se arrodillaba devotamente a la hora de la consagración. A la salida distribuía limosnas entre los mendigos que allí se apostaban. Ya nadie le gritaba nada, nadie lo molestaba. Los muchachos que lo fastidiaban se habían hecho hombres y la generación siguiente no lo conocía. No obstante, si alguien hubiera intentado molestarlo, él no hubiera respondido, eran las acertadas instrucciones de su protector. Gomito vivió feliz rodeado de cariño y bienestar por más de 14 años.

El 18 de Agosto de 1956 ocurre el inesperado y sensible fallecimiento del caballero D. Fernando Heredia Medina. Goyito se asoció apesadumbrado al profundo dolor de la familia Heredia-González y en su espíritu de niño se proyectó al inmenso vacío de la ausencia física de su bienhechor. El 12 de Octubre del mismo año 1956, a menos de dos meses del deceso de D. Fernando, D. Gregorio Zavala Pastor, a quien todo Mérida conoció como Goyito Zavala, emprende también el viaje sin retorno en la frontera de los 91 años. Fue sepultado en el Cementerio General en bóveda de primera clase a perpetuidad donada por el Gobernador del Estado, Prof. D. Víctor Mena Palomo. Así terminó la vida de uno de los tipos más populares de Mérida, cuya popularidad fue fatal consecuencia de su pobre mentalidad.

Fuente: Mérida en los años veinte | Montejo Baqueiro Francisco D. | Maldonado Editores |Mérida, Yucatán, Mex. | 1981.