Todo hombre es hijo del niño que fue, por eso todos tenemos que volver a nuestra infancia para entendernos. Este proceso se enriquece si se da por escrito, pero al mismo tiempo venturosamente pierde su intimidad. En nuestra literatura no abundan los diarios y testimonios personales que suelen crecen con el paso del tiempo y abandonan su carácter privado para hablar por una época. Verdad es que los hechos no son como son sino como los recordamos. Y mas aun: son como los contamos. Eso hace Efraín Díaz y en sus esfuerzos dota a sus relatos de una calidez seductora. Este libro nos ofrece algo más: la exhibición de lo entrañable que nos son Macondo y Comala. Catmís -de Catalina Mis, su primera dueña- es mágico pero Efraín nos comprueba con su testimonio que es real. Así viven nuestros pueblos: entre la magia y la realidad. Esa es nuestra vida. Eso es lo humano.
El mundo se ha vuelto urbano a diferencia de como era hace unas décadas. Efraín pertenece a la última generación íntimamente vinculada al campo. Esta afirmación no es del todo precisa, un ingenio azucarero es una agroindustria, esto lo hace más rico en procesos y productos, también en historias y personajes. Los protagonistas de estos relatos nos resultan entrañables por su riqueza humana, fresca y natural. Doña Madal y su esposo que la tenía como su víctima propiciatoria. A golpe limpio vaciaba sus frustraciones sobre la pobre mujer que un buen día tomó tremendo cuchillo para desafiar al marido. Ante el reto de la mujer el valentón aquel solo alcanzó a contestar: “Contigo no se puede jugar Madal”. Este señor don Fernando también solía irse sobre sus hijos pero en sentido contrario: empezaba hablándoles con suavidad -“hijo ya te he dicho que debes tener cuidado”- para terminar minutos después con terribles cóleras homéricas: “¡Hijo de la gran perra, cuánto daño me has causado!”. La trágica historia de Gabriel y el “Chino Pancho” es tan común pero no por eso deja de ser asombrosa. La relación algo incestuosa del padrastro con la hija joven de su esposa que termina en un crimen pasional cuando el marida los descubre. La Huerta de San Isidro y el Rancho La Ermita nos llaman una y otra vez por fascinante y reales. El multisecular oficio del kaxbak que tanto significa para nuestro pueblo hace su presencia en este relato con un detalle notable: la madre de Efraín creía que su hijo se curaría del síndrome de Down a partir de unas buenas sobadas del kaxbak. Hay un simbolismo propio de la mitología que finalmente no es otra cosa más que la exaltación de lo humano: Efraín visita Catmís en un aniversario de la muerte de su padre. No se puede evitar el pensar en Rulfo y Pedro Páramo. Efraín se encontró con un territorio ambiguo pero cierto: el que se dan entre la vida y la muerte. Estaban los fantasmas de los muertos bajo un sol de fuego, estaba las calles y los árboles, estaba el cielo profundo e inaudito, no estaba el ingenio por eso la necesidad de escribir estas letras que tendrán como destino la posteridad. Abrazo a Efraín que ha recurrido a la palabra para encontrarse y ofrecernos este documento.