POR JOSÉ ESQUILIANO

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Era Domingo y como todos estos días, solía levantarme temprano ya que tenía que ir a la Iglesia de Santa Lucía a misa de 7 de la mañana para ayudar de acólito en la primera misa dominical durante un año.

Todos en la casa estaban dormidos a esa hora – usualmente así eran los domingos- ya que mis hermanas y mis padres se levantaban más tarde que yo. Caminaba de mi casa ubicada en la calle 55 entre las calles 56 y 54 cerquita del Chac mool, tienda de abarrotes bien surtida a la cual me encantaba ir para comprar mis golosinas y refrescos muy fríos casi a diario, especialmente los sábados que regresaba de jugar futbol con el equipo de mi amada y añorada escuela, el Colegio Montejo. Recuerdo muy bien que siempre le pedía a Don Chinto –el dueño de la tienda- una sidra pino, la negra Pino, que me tomaba con tanto gusto que aún recuerdo su grato sabor.
Recuerdo bien que las misas se decían en latín y no se me olvida el famoso “Kyrie eleison” (Señor ten piedad de nosotros), el “Agnus Dei qui tollis peccata mundis miserere nobis”(Cordero de Dios que quitas los pecados del mundo, ten piedad de nosotros) y Dominum vobiscum” y todos respondíamos “Et Cum Espiritu tuo”. Ahora asumo, éste último es el “El Señor esté con vosotros” “Y con tu espíritu”…

También me aprendí algunas palabras pertenecientes al ritual dominical que vestía y utilizaba el sacerdote como la patena, la estola, la casulla y muchas más que ya se me olvidaron. Las mujeres usualmente entraban con mantilla y misal a la iglesia y con vestido debajo de las rodillas y recuerdo a Santa Lucía pintada en un mural que –muchos años después- me enteré era obra de un famoso pintor yucateco llamado Ermilo Torre Gamboa, el cual fue mi vecino en la calle 54 donde posteriormente nos habíamos mudado.
Nos hicimos muy amigos de su familia en especial de su hijo el ahora médico psiquiatra Dr. Jorge Carlos Torre Aguilar ya que estudiábamos en la misma escuela y nos trasladábamos a ella entre semana en el siempre ruidoso camión con ruta de 52 Norte Itzimná Col. México; costaba 15 centavos el pasaje y nos “botaba” en Itzimná. “Ya cayó” se oía el grito cuando nos bajábamos del camión.
Después de misa, caminaba bajo los rayos del rey sol de regreso a casa para desayunar los riquísimos “hot cakes” con mantequilla y miel que mi mamá hacía. Era el desayuno de lujo y siempre los esperaba con mucha ansiedad. Creo por eso estaba gordito…de buen diente el muchacho.

Después tenía la opción de ver por TV las caricaturas de esa época y no se me olvidan Popeye, El llanero solitario, los picapiedra, mi marciano favorito entre otras. También me entusiasmaba asistir al cine que por lo general iba solo y caminaba hasta el cine Mérida, el Cantarell, el Peón Contreras o el Apolo que era el que más cerca me quedaba. Te pasaban dos películas y costaba la fabulosa cantidad de 1.25 pesos para estudiantes y en el Peón Conteras siempre pasaban las famosas películas mexicanas de Tony Aguilar, Pedro Infante, Luis Aguilar, etc., casi todas de a caballito y los balazos no faltaban. En los otros cines podían pasar alguna película de corte internacional con actrices y actores como Sofía Loren, Gina Lollobrigida, Elizabeth Taylor, Debbie Reynolds, Ann Margret, William Holden y Charlton Heston entre otros, famosas estrellas luminarias del séptimo arte.

Desde esos tiempos me convertí en cinéfilo frecuente y tanta era mi afición y pasión que una de mis hijas lo heredó. Carime estudió Licenciatura en Comunicaciones en el DF y se especializó en cinematografía. Actualmente trabaja como asistente de Producción para una empresa mexicana que filma películas en nuestro querido país y estudia un diplomado de análisis cinematográfico en la Cineteca Nacional y yo continúo disfrutando de películas que son de mi interés.

La esquina del chac mool guarda tantos recuerdos vecinales como el caso de las señoritas “Mibanco” que eran dos hermanas solteronas que vivían solas, las cuales salían a aventarnos cubetazos de agua a los muchachos que solíamos jugar tamalitos a la olla, kembomba, futbol o simplemente “busca busca” y hacíamos mucho ruido para ellas ocasionando su disgusto. Siempre nos decían que llamarían a la policía para llevarnos si no dejábamos de jugar y como nunca se aparecían, nosotros continuábamos jugando casi todos los días en nuestras horas de ocio sin hacerles caso hasta que un día realmente llegaron y nos llevaron a dos de nosotros, incluyéndome a mí a la delegación hasta que mi papá llegó a salvarnos con el abogado y nos sacaron finalmente todavía asustados…
Obviamente, después jugábamos en otro lado “por si las moscas” para no sufrir el mismo atropello que nos dejó marcados y nunca se me olvidará.