Recibí una amable invitación del Padre Marcin Pawel Czyz, encargado del Templo de Nuestra Señora de la Consolación que fuera convento de las monjas concepcionistas de Mérida, para visitar la iglesia y comer en su casa comida polaca.
Llegué puntual e iniciamos un breve recorrido. De niño fui al catecismo a Monjas y luego frecuenté el templo. La primera impresión que tuve fue que los espacios se habían reducido. ¿Qué fue de aquel infinito patio cercado por los muros coloniales? ¿Qué le hizo el tiempo a la nave de la iglesia , ahora tan reducida? Igual sensación tuve con el “coro bajo”, multisecular y cautivador. Pero la realidad me turbó.
El Padre me fue enseñando el estado del templo. La cúpula de la nave principal está dañada y pedazos del techo se están desprendiendo con peligro de lastimar a alguien. Aparentemente hay un daño estructural en la augusta cúpula del único templo de monjas que hubo en Mérida. La predestinada construcción del convento de las Concepcionistas data de los albores de la Colonia. Fue el gobernador Carlos de Luna y Arellano quien puso la primera piedra, dejando testimonio del histórico suceso enterrando unas monedas corrientes de la época. Tiempo después se abrió al culto el templo de Nuestra Señora de la Consolación anexo al histórico convento. Ahora parece ser que los techos ya no pueden resistir las lluvias y que el paso del tiempo los ha fatigado.
El padre me mostró el “coro bajo ” y me explicó que el piso que lo dividía del “coro alto” era de madera pero que en algún momento se recubrió de concreto. Lo que queda de la madera, que al parecer hace de vigas, ha sido asaltado por el comején y las termitas y ha gastado su resistencia, la amenaza de venirse abajo parece que es lo único que se fortalece. Es más que asombroso: la reverenciada edificación es patrimonio de la Nación ¿Cómo se le puede abandonar en esa forma? Se trata de un edificio histórico que sufre la incuria y el abandono de las autoridades que deberían mantener su dignidad.
Visité la Capilla del Santísimo y el padre me narró como unas mujeres chiapanecas, vendedoras ambulantes, suelen entrar al venerable recinto y realizar ritos propios de sus creencias precolombinas. No lo encontré censurable. El que se distinga el espacio sagrado hace un ejercicio de sincretismo que no hicimos nunca en el pasado en la ciudad de Mérida.
Las escaleras que conducen al mítico mirador de Las Monjas están destruidas. Pero lo que me pareció más dramático fue el estado en que, según me indicaron, se encuentra el muro oriente del edificio, el que da a la calle 64. Aparentemente el muro se desprendió de una trabe y se está separando amenazando con venirse para abajo y liberar una tragedia.
Con un ánimo atónito llegué al comedor que también tiene unas filtraciones en el techo. Mientras degustábamos una espléndida col agria con salchichas polacas, mejorana y laurel, que se había estado haciendo desde días antes, repasábamos la situación de uno de los edificios más valiosos de la ciudad. Un pollo a la polaca y cierto vodka curado de frambuesas, helado y delicioso, nos acompañaron por el resto de la tarde.
Es inaudito el estado de abandono de este edificio único en la ciudad y que ya había sufrido en el pasado la irreverencia de los liberales que exclaustraron a las monjas y cercenaron el convento, abriendo la calle 66 llamada Juárez. Curioso el caso: fue la única calle con nombre de prócer nacional que tuvo Mérida durante el tiempo en que las calles llevaban nombres. Posteriormente los furores de Alvarado profanaron el convento y el templo haciendo destrozos y ahora este estado doliente producto del abandono.