En estos días se ha escrito, por obvias razones, sobre la crónica en la ciudad. La crónica como género literario es la misma lo que se tiene que considerar es la función a la que sirven. El nombramiento del rey de España al primer cronista de la Nueva España, plantea el manejo de los tres tiempos: pasado, presente y futuro. La fórmula para conjugarlos es una: explicar el presente con el pasado y atisbar un posible futuro. Voy a algunos ejemplos, la Ciudad de México tuvo tres grandes cronistas: don Luis González Obregón, don Artemio de Valle Arizpe y don Salvador Novo. Los dos primeros eran devotos de la definición original, sus libros Calle Nueva, Calle Vieja, Los Nombres Antiguos de las Calles de México, entre otros muchos trabajos que trataban de usar el pasado para explicar el presente. En su vastísima obra don Salvador Novo introdujo la crónica testimonial, esto es: lo que vio. Don Guillermo Tovar y De Teresa pudo rescatar la tradición de los primeros cronistas pero para entonces ya se había destruido la función del cronista. Hoy han tenido que fundar una escuela.
La crónica testimonial resulta más efectiva si la podemos unir al pasado . Mi recordado colega Jorge Álvarez, influenciado por Carlos Monsiváis, solo creía en la crónica testimonial y lo de más le parecía “ memorioso “. Siempre me resultó muy simpático: Álvarez escribió 5 libros: dos en coautoria de libros de texto de la UADY, uno que recopiló sus artículos en el Diario, uno de poesía y uno , espléndido, que recolecta historias de algunas esquinas de Mérida . Una pequeña obra maestra basada en el estilo del peruano Ricardo Palma. Este volumen es un desafío: quien quiere verdad cuando se puede tener fantasía. Son las célebres “leyendas urbanas” . En sus libros nunca se ocupó de la crónica testimonial. Yo hice varios programas de televisión y de radio con Álvarez , así como horas para Youtube y se mantuvo en su postura testimonial. Pero si se quiere entender y exponer los rasgos de una ciudad es necesario ir quitando las capas para encontrar relaciones. Digamos que esta es la función original del cronista cuyo trabajo es distinto al del historiador. El cronista tiene los ojos en el presente y de ahí es que tiene que mirar al pasado; el historiador tiene los ojos en el pasado desde nos ilumina. El segundo menester es el conocer los problemas de la “ cuenta larga”- de este punto ya me he ocupado en un texto anterior -de la ciudad jamás se puede hacer una buena crónica. Finalmente hay que poder divulgarla por escrito y por otros medios: ya sabemos la palabra escrita ha perdido su hegemonía pero no la importancia que la hace imprescindible. Por ahora me reservo un cuarto: el mundo se ha convertido en una inmensa ciudad, los países y las comunidades somos barrios de esa inmensa aldea. Es necesario estar pendiente de lo que ocurre en mundo porque siempre nos va a tocar. Finalmente creo que el reglamento es claro cuando pide como requisito haber escrito por años sobre Mérida, poco espacio hay para confusiones. Puede forzarse, pero es clarísimo y la obra lo debe mostrar.