Por Gonzalo Navarrete Muñoz
La afición a la fiesta brava es un grupo que está entre el público y los toreros y la ganadería. Es la gente que no falla a una corrida sea cual fuera el cartel, que está pendiente de las faenas de los toreros en otras plazas y que, en general, ha visto muchas corridas. La afición se forma a lo largo de muchos años. Desde luego hay un cambio generacional que replantea las cosas. Cuento una historia que puede ilustrar lo que ocurrió con la fiesta de los toros: era yo apenas un adolescente que acudía a los encierros y a las corridas, vivía a una cuadra de la Plaza de Toros Mérida. Los domingos de corrida la fiesta empezaba con ir a ver a los toros por la mañana y quedarse al sorteo y después al encierro. Yo solía llegar pronto al segundo piso desde donde se dirigía el encierro. Con largas varas se abrían las puertas para que pasaran los toros de uno en uno. Todo era conducido por el Capitán Leopoldo Castro Gamboa que era el empresario de esos tiempos. Oí al Capitán hablar con energía hasta que perdió la voz, aunque sus ademanes siempre fueron muy severos. Un domingo quedé parado entre dos figuras de la Plaza de Toros Mérida y de la historia de los toros en la ciudad: Xándara Pacheco, ya casi ciego, con bastón, que había sido por décadas juez de plaza y galán del cine mudo en Yucatán. Xándara impidió los paseíllos de El Monstruo de Córdoba, Manuel Rodríguez, porque lo empezó sin que él hubiera dado la orden. La otra figura era Raúl Gutiérrez Muñoz, K-Potazo, con su sombrero andaluz, su saco de pana y su pantalón a juego. Casi terminaba el encierro cuando José Chafic, representante de Manolo Martínez, se viró y me dijo: “los niños, a su casa a merendar”; ni siquiera era hora de la merienda, pero el espíritu era de censurar mi presencia. Quizás estaba ocupando un lugar destacado que no me correspondía pero era una muestra de una afición en ciernes que garantizaba la fiesta brava. No le importó eso al señor Chafic. A decir verdad esto suele darse en los toros: los que saben, o creen saber, asumen que es un tema para iniciados y que algunos sectores nada tienen que ver. Esa mañana el Capitán Castro me sonrió como diciendo: “no hagas caso”. Habrá que decirse que en tiempos en que era Juez de Plaza el Lic. Alfredo Aguilar y Aguilar, y el Dr. Méndez Centeno, su asesor, que era un sabio en la materia, se hacían unas peñas al terminar la corrida. Era algo extraordinario porque eran cátedras de la fiesta de los toros, no eran discusiones tontas sino reflexiones en serio, con datos, citas e historias interminables. Ahí oí los nombres de Luis Castro, “El Soldado”, de “Calesero”, de Manuel Rodríguez, “Manolete”, que murió en trágico intercambio, con los terreno cruzados y matando a volapié, de Miguel Espinoza, “Armillita”, Luis Procuna, “El Berrendito de San Juan”, Luis Miguel Dominguin, Silverio Pérez, “El Compadre”, Lorenzo Garza, “El Ave de Tempestades” y tantos otros. Aprendí que el toreo es “a pie juntillas” y que las orejas se ganan con la muleta y se cortan con el estoque, entre pases y terrenos sagrados, aprendí que la edad de los toros se ve por sus dientes que se revisan después de muertos y que al toro la fiereza le viene por la madre; se hablaba del arte de las Verónicas, las Medias Verónicas, las Chicuelinas, las Gaoneras, los faroles de pie y de rodillas, la preciosidad de las Revoleras, la oportunidad de las Calecerinas y los Delantales; bastan los Naturales y el remate de Pecho para arrancar un olé que se hace con cierto delirio con las Manoletinas con vista a los tendidos que no gustan en España. Infinidad de veces oí que el toro no ve por los lados y en ese sentido tiene una campimetría que fija su terreno al que hay que respetar para no invadirlo y asumir riesgos innecesarios. El proyecto no prosiguió pero era estupendo para conformar una afición que es la que sostiene la Fiesta Brava. Tenemos una plaza con una tradición tremenda: está cumpliendo noventa años. Una plaza con un respeto por las normas más legítimas de la fiesta, aunque su tamaño no le dé más trascendencia, la logra por las tardes que se han vivido en ella y su apego a la más pura tradición. Debe hacerse un esfuerzo por restablecer la afición, sobre todo entre gente joven, eso garantiza la permanencia de la multisecular fiesta que lleva en sus entrañas la dualidad de la naturaleza: vida y muerte, estando en la historia de nuestro pueblo.