Ermita de Santa Isabel, Mérida Yucatán

Ermita de Santa Isabel, Mérida Yucatán

Del Catalogo de construcciones Religiosas de Yucatán podemos extraer el siguiente texto: “Esta ermita fue fundada por un vecino apellidado González Ledesma quien la construyó de su propio peculio trasladándose a vivir en ella como ermitaño. Fue conocida anteriormente con el nombre de Nuestra Señora del Buen Viaje y ningún historiador fija la fecha de construcción, la que posiblemente fue en el siglo XVII. En el costado sur de esta ermita, limitado al poniente por el atrio y al oriente por el patio, está el antiguo cementerio con una capilla en ruinas techado y sin piso y sus muros han perdido en parte el aplanado que los cubría. Sobre la pared al fondo de esta capilla hay un pequeño campanario ”. Sin embargo en la Mérida Colonial del maestro D. Abelardo Barrera Osorio, existe sobre el mismo templo la siguiente versión:

“La Ermita fue construida en el siglo XVI habiéndola fundado un vecino llamado Gaspar González de Ledesma, quien la costeó de su propio peculio y se hizo ermitaño. Esta ermita fue conocida también con el nombre de Nuestra Señora del Buen Viaje por el paso obligado de las diligencias que hacía el viaje a Campeche”. El camino al que se hace referencia es el celebérrimo Camino Real a Campeche que fue abierto en 1790 por el Gobernador y Capitán General D. Lucas de Gálvez, dejándose constancia de este hecho enuna placa que se encuentra ajunta al arco de San Juan; es curioso pero en las inmediaciones del barrio de San Sebastián y de al ermita, que a él pertenecía, fueron sepultadas las pruebas-el traje, la cabalgadura y el puñal- con que Manuel Alonso Méndez ultimó a al malogrado don Lucas de Gálvez, gobernador y capitán general de Yucatán de atendida memoria , lo cual es un hecho distinguido pues en realidad en México somos dados a ignorar todo el período colonial asumiendo que el país nace con la Independencia  . La calle que venía de San Juan, tras pasar la ermita, proseguía rumbo a la hacienda San Antonio Xcoholté, donde se estableció el Cementerio General, tema del que hablaremos más adelante. Las ermitas eran templos que se construían en las afueras de las comunidades para que los ermitaños vivieran su opción de vida alejada de del mundo y sus complicaciones. Apenas si se tiene que decir que existía la convicción de que la vida aparta era una forma más protegida  de lograr la salvación. La ermita fue construida extramuros de la ciudad y como las puertas de ésta se cerraban, en los alrededores del templo se apostaban los carruajes y los viajeros que no podía entrar a la ciudad. La importancia de toda el área era muy significativa pues hay tomar en consideración que el puerto principal de la Provincia de Yucatán era Campeche y el llamado Camino Real era muy transitado. Por lo cual a lo largo de mucho tiempo enfermedades como el cólera morbos entraban a Mérida procedentes del puerto de Campeche. Se cree que a la murete de su fundador la ermita pasó a manos de la Iglesia de Yucatán y se abrió al culto ya con el nombre de Santa Isabel. A través del tiempo el Camino Real fue siendo bordeado por casas de paja y al numerarse las calles correspondió a aquel camino el de 64 , que en su cruce con la 75 sufre una desviación, que da lugar a la famosa Punta Diamante, hacia el sur y por el derecho prosigue con el número de 64-a, rematando esta calle con la plaza de la ermita. A principios del siglo XX fueron pavimentadas algunas calles de la ermita. Por aquellos años existió en la misma calle, en su cruce con la 71, ángulo noreste, una tienda de abarrotes conocida como “El Elefantito”. En el mismo cruce , ángulo sureste, estuvo la fábrica de cigarros. La Nacional de don Gregorio Grajales. En la esquina siguiente, en su cruce con la 73, ángulo noreste, también hubo una tienda denominada “El Clarín”, que fundó don Fernando Castillo. Desde la últimas décadas del siglo XIX, en las inmediaciones de la ermita de San Sebastián, existió un predio en el cual un señor llamado don Manuel Arjona estableció una pensión que es legendaria en al ciudad de Mérida pues contaba con los siguientes servicios: baños con regadera- novedad histórica-, piscina, bar ,  restaurante y una suerte de escenario en el que actuaban compañías teatrales, lo que era algo verdaderamente notable. Sin embargo uno de sus distintivos era que sus clientes eran hombres solos. A pesar de esto, o precisamente por esto, el señor Arjona llamó a su espectacular establecimiento “El Harem”. A principios de los años treinta el sitio sufrió una surte de degradación: se  convirtió  en una casa de vecindad. Otra de las leyendas de la plazoleta fue Doña María de la Cruz Basto, viuda de don José de los Santos, quien a principios de siglo adquirió un predio en San Sebastián en el cual fundó un tienda a la que dio por nombre “La Flor de Mayo”-dado que de una de las albarradas brotaban las hermosas flores así llamadas-; sin embargo don José falleció y su viuda durante una época elaboró y vendió con éxito panuchos y salbutes en la ermita antes de establecerse en el antiguo puesto con el nombre original: ala Flor de Mayo acudieron políticos y personalidades de distintas épocas, incluidos Salvador Alvarado y Felipe Carrillo Puerto. Doña Cruz murió a la edad avanzada de 102 años y su deceso fue muy sentido. A ella se desde , en alguna medida, la fama gastronómica  de que gozó el barrio de San Sebastián.

 

Hemos hablado ya de la estratégica ubicación geográfica de esta hermosísima ermita de Santa Isabel. Ahora conviene recapacitar en dos condiciones. Durante mucho tiempo fue el paso casi obligado a San Antonio Xcoholocté y en consecuencia al Cementerio General, era un camino de muerte física. Pero a partir de los años cincuenta, cuando la llamada Zona de Tolerancia se ubicó en las calle 66 algunos pequeños bares abrieron sus puertas a los trasnochados que pretendía volver a la vida con las libaciones que entonaran los estragos de perdición de la noche anterior; el más famoso de estos establecimientos era el bar Jacarandas. Pero es curioso, don Santiago Burgos Brito nos cuenta en sus relatos sobre el barrio de la ermita de Isabel que los que trasladaban difuntos al Cementerio a finales del siglo XIX y  a principios del siglo XX solían hacer una escala de tonificación  para ingerir para ingerir sus copitas de habanero de mistela antes de concluir con el oficio dar cristiana sepultura a alguien que se había presentado a rendir cuentas al creador.     

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