Por: Gonzalo Navarrete Muñoz

Hace unos días recibí una llamada del entrañable Eduardo Seijo Gutiérrez, me invitaba a visitarlo en el edificio que alberga todas las obras sociales que ha emprendido. Me dio una referencia: está frente a una glorieta en que se encuentra una estatua de San Francisco de Asís.  La estatua me sorprendió, por su tamaño y por dos detalles: el lobo y la alondra en el hombro de uno de los grandes santos de la historia de la Iglesia. Además del gusto de saludar a Huayo, a quien conozco desde hace más de treinta años, por haber colaborado con en su proyecto Compartir, iba yo atraído por una oferta: un libro de las familias Seijo y Gutiérrez que Eduardo me había ofrecido.  Don Emilio Seijo Rubio, abuelo de Eduardo, proviene de una familia de hidalgos españoles sin fortuna. El futuro que se le ofrecía en España no le interesaba y tomó la decisión de venir a América. Sin embargo empezó a dudar y fue su padre quien lo impulsó a que cumpliera lo que se había propuesto. Llegó a Yucatán recomendado a don Rogelio V. Suárez, cónsul  español casado con la hija de don Olegario Molina Solís. Don Regelio decía que don Emilio era su hijo mayor y le tenía tal afecto que a uno de sus hijos le puso Emilio. Otro español, también yerno de don Olegario, don Avelio Montes Linaje, le dio trabajo como curtidor de pieles. Después de un tiempo, y tras distinguirse por su incansable labor, su honestidad y su lealtad, emprendió sus propios negocios. Consiguió la distribución de los explosivos Du Pont y posteriormente fundó el mítico polvorín, La Compañía General de Comercio, SA, Construcciones de Yucatán, SA y La Compañía Mercantil Peninsular, SA. Su éxito como empresario no lo definiría nunca. Don Emilio se distinguió por su compromiso social: fundó el Asilo de Ancianos que tras su muerte que se llamó Centro de Asistencia Social Emilio Seijo Rubio, tuvo un papel protagónico en la fundación de La Ibérica , participó en el Centro Español ,en la Liga de Acción Social y en la Cruz Roja y ayudóa todo aquel que se lo solicitaba. Fue cónsul de España en Mérida y cuando se cumplieron los 50 años de haber llegado a México regaló miles de hamacas y cobertores a niños de familias necesitadas. Tuvo dos vocaciones : empresario y solidario con todos los necesitados. Don Emilio fue un nobilísimo varón que por su combinación de vocaciones es el único empresario que ha merecido una calle en Mérida : el Pasaje Emilio Seijo Rubio . Su hermano menor , José, pintor posimpresionista que siempre radicó en España también tiene una calle con su nombre en La Coruña , en el barrio de la Gaitería, por su calidad de pintor y de promotor cultural. Don Emilio se casó con doña María Gómez Mendoza y fundaron una    vasta familia. En su nota de duelo el Diario de Yucatán dijo sobre don Emilio: “Caballero español, hombre de pro, noble de espíritu, generoso corazón, figura relevante de la colonia ibera de Yucatán, de refinada cultura social, amable, cumplidor de las pragmáticas que norman las relaciones en sociedad; irreprochablemente vestido, aristócrata la figura , ennoblecida por la plata del cabello, de maneras distinguidas, en trato afable y pausado, el porte de todo un hidalgo español”. Don Emilio es todo un ejemplo para las nuevas generaciones: como empresario combatió frontalmente la pobreza y fue solidario y subsidiario con aquellos que sufrían en el cuerpo y en el alma. Es efímera la caridad cuando no duele el dolor ajeno. Por eso para un hombre rico puede ser fácil dar pero imposible darse. Este rasgo es cautivador en Seijo Rubio: daba y se daba.  Eduardo ha hecho una labor valiosa al dejarnos este libro que ilumina la vida y la obra de un hombre ejemplar.