Por Gonzalo Navarrete Muñoz | Publicado en Línea Recta | Julio 2015

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Hace algunos años viajamos a la Ciudad de México: los sacerdotes Francisco José Montañez Jure, Fernando Sacramento Ávila; don Gustavo Ricalde Durán, el Lic. Javier Acevedo Menéndez y yo. Todos íbamos convocados por el tercer arzobispo de Yucatán don Manuel Castro Ruiz. Acudimos a la nunciatura a saludar Mons. Emilio Berlié Belauzrán, recientemente proclamado cuarto arzobispo de esta provincia. En México se nos unió don Joaquín Vázquez Ávila que por aquellos años era rector del seminario de San Ildefonso. Fuimos recibidos en un espléndido salón de la nunciatura , con un piso de duela y magníficas piezas que dejaban un sabor exquisito en la atmósfera sin ninguna muestra de lujo. El nuncio, Mons. Girolamo Prigione, era un hombre de extraordinarias maneras pero con unos giros de arrogancia desconcertantes. Llamó al padre Montañez “ceremoniero de muertos” porque don Francisco había hecho alusión a liturgia de los entierros de obispos y sacerdotes. En un arranque poco diplomático calificó a algunos yucatecos de “chismosos” por aceptar algunos comentarios que una revista de circulación nacional había hecho sobre don Emilio . Esto último predispuso a Javier Acevedo quien hasta se puso de pie para responderle al nuncio. Gracias al talento de don Manuel Castro y al sentido común de Gustavo Ricalde no naufragó nuestra visita. Prigione preguntó sobre Salinas de Gortari, que acaba de dejar el poder; yo expuse la teoría que le opinión a un maestro mío norteamericano y en la que he creído: es el único presidente en la historia de este país que le ha sacado ventaja a los Estados Unidos: renegoció la deuda, firmó el tratado de libre comercio y privatizó más de 2000 empresas públicas- ente ellas los bancos- sin darles nada a nuestros vecinos del norte, que dicho sea y no de paso les hubiera encantado tener la posición de don Carlos Silim. “Ahora nos están haciendo pagar por eso”, dije un tanto en broma. Creo que me hicieron bullyng fugaz , salvo Prigione quién pareció interesado. De pronto una monjas trajeron una inmensa bandeja con café y galletas , para entonces ya había llegado Mons. Javier Lozano Barragán, que era obispo de Zacatecas y fue posteriormente cardenal y jefe de un ministerio del Vaticano. Nunca entendí porque motivo Mons. Lozano se ocupó en explicar porque era una herejía asumir que había indicios del Verbo en las religiones indígenas. Supongo que eso tenía algo que ver con Chiapas pero no con nosotros. Finalmente salimos a los jardines de la mansión para que nos tomaran una foto. Antes dimos un pequeño paseo. En un momento dado el señor nuncio se me acercó y con toda discreción me pregunto sobre la situación imperante en Yucatán . Le comenté que me parecía muy bonita su casa: “No señor, no es mía, es la casa del Papa en México, por eso también es de usted”, me dio por respuesta. Yo llevaba la encomienda de ofrecer los servicios de don Juan Francisco Peón Ancona para hacer el escudo de don Emilio, embajada que resultó satisfactoria. Finalmente para mi sorpresa no nos invitaron a comer, Prigione, don Emilio y don Javier se fueron por su lado y nosotros abandonamos la nunciatura para comer en un restaurante. Tiempo después llegaron a Mérida Mimí y Florentino Reyes, hermana y cuñado de don Emilio. En mi casa comieron un espléndido puchero de tres carnes. Mimí es una linda, linda señora y desde esos días hasta la fecha he mantenido una entrañable amistad con Guillermo Reyes, un sobrino de don Emilio. Recuerdo que la ceremonia de don Emilio se hizo en el Kukulkán bajo un calor asesino. Recomendé que se pusiera un toldo para proteger a los prelados. “No, que sientan el calor del pueblo”, me dijo alguien. A media ceremonia Acevedo Menéndez me fue a buscar y me dijo “Ven a ver esto, Prigione quién sabe que es”, nos acercamos al altar y en efecto : le atravesaban el rostros unas hileras de un líquido negro. “Este hombre suda negro”, me dijo Javier. “Claro que no, es la pintura del pelo que se le está corriendo”. Manuel Castro Ruiz es uno de los hombres más finos que he conocido en mi vida. El día que llegó don Emilio y Prigione para la ceremonia Javier Montes de Oca, un caballero total, no pudo contener a los periodistas que se le fueron encima al nuncio con preguntas muy agresivas. El secretario de gobierno, Lic, Alvaro López Soberanis se impacientó y empezó a pegar unos empellones a los reporteros que crearon un estado de confusión; don Manuel se interpuso y le dijo al don Alvaro: “secretario permítame le presento al señor nuncio”, eso bastó para calmar los ánimos de todos. Al día siguiente tuve el privilegio de dar las palabras de bienvenida a don Emilio Berlié en la Casa de la Cristiandad, recuerdo que dije: “Por la calidez de Yucatán ayer habló el clima”. Pocas veces vi carcajearse al padre Carlos Heredia, ese día fue una de ellas.