América es hija de la literatura en español y su relación con ella es singular. Las cartas de Colón y las de los primeros colonizadores reivindican las novelas de caballería de las que se mofó Cervantes. Era la tierra descubierta era la tierra fantástica de la que se hablaba en las historias del Amadís de Gaula o del Caballero Cifar. Estaban seguros los colonizadores de ver otro mundo que se desarrollaron un par de tratados sobre “la otra luna”, una luna diferente que era el espejo de otra tierra y de otra historia. Colón creyó que los liberales manatís eran sirenas –pero muy feas– y Fray Diego de Landa aseguró que los mayas tenían ese color por bañarse diario a los rayos de un sol más amoroso y combatiente; también se asombró el franciscano especulativo del cuerpo de las mayas: pensó que estaba mejor hecho que el de las españolas (sus motivos tendría para las comparaciones). García Márquez cumplió con esa relación filial: con una prosa clásica, sonora, retórica y sin ninguna aportación, pudo trascender al alfabeto de que se valía y mostrar mundos expuestos e íntimos. Ese es el misterio de este hombre extraordinario, común y sencillo. Ya antes que él se habían dado al menos tres grandes exponentes del realismo mágico: Juan Rulfo, Juan José Arreola y Jorge Luis Borges. Don Gabriel mismo lo dijo en su legendario discurso de Zacatecas: habló del ingenio de una lengua que ya no cabía en su pellejo. Por eso su obra deja de un lado la perfección, la desacredita, y se va por otros rumbos purificados. Sin diálogos, sin mudas de narrador, sin vasos comunicantes, a menudo sin “cajas chinas”, y sin otras “leyes”, dice todo y más porque enciende la imaginación del que lo lee. Pero el mundo no leyó a lo que hoy se llama Latinoamérica con García Márquez –aunque sus éxitos en ventas no tengan igual–, antes ya se había asombrado con Sor Juana Inés de la Cruz, con Ruiz de Alarcón, con Rubén Darío, con Borges que cambió la manera de adjetivar en español y que dijo sobre Cien Años de Soledad: “Buena… pero le sobraron noventa y nueve años”; con Pablo Neruda y con Esteban Echeverría que hizo la primera obra del Romanticismo en lengua castellana: “Elvira o la Novia del Plata”. Atrapo a Martí y se me escapan otros más. Creo que si la Biblia se actualiza algún día el español tendría que aportar dos obras: “El Quijote”, por su pleno y hermoso espíritu evangélico y “El Amor en los Tiempos del Cólera”, porque constituye la defensa más humana y estética que se haya hecho del matrimonio; encara el amor en una forma que supera a la obra que donde se enceuntra la prehistoria del amor cortés en la literatura, que justamente aparece en la Biblia: El Cantar de los Cantares, la historia de Salomón y la reina de Saba. El español no nació con América pero este fue su destino: aquí creció y se hizo grande por exigencias de la realidad y más aún por las demandas de la magia en que vivimos: colores, sabores, olores, mujeres, hombres y brillos nuevos y vastos, y un mundo que no se explica. Eso hizo García Márquez, ponerse delante de la lengua y motivarla. Algún día aparecerán los verbos: “arcadear” , “florentinear” o “ferminar”, quizás “remediar ” ya no sea solamente poner remedios, sino embellecer, o sus equivalencias en de decenas de lenguas. La Academia de la Lengua no ha aceptado la voz condoliente pero si el verbo condoler, que es compadecerse y no compartir un dolor. Me duele la muerte de García Márquez pero me consuela saber que hasta que este mundo dure se hablará de este hombre que ahora es polvo pero polvo inmortal.
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