Un personaje de San Juan
Crónicas
Gonzalo Navarrete Muñoz (*)

D. Yuc. Sábado 17/10/2009.

 

 

Fuimos vecinos del rumbo de San Juan. Ellos vivían en frente de la esquina del “Matadero Viejo” donde estaba la casona de su abuelo, don Julio Wong. Nosotros en la calle 69, cruzando la Estación de Camiones, que se mantenía en aquel vetusto edificio sustituido por la construcción actual.

Hacíamos una suerte de “ronda” hace décadas para ir al colegio de Itzimná. Era mayor que yo y su hermano Julio, menor. Wilbert quizás era mayor que todos. Nuestras madres conservan una amistad desde la juventud, las unió mi tía Rosa Elena Flores Cámara, matriarca del clan de los Camacho Flores. Andando el tiempo se han seguido frecuentando y llegaron a constituir un grupo que alguien llamaba en broma “Las viudas de vivos”. Fervorosas creyentes de los votos eternos, no aceptaban más que la viudez como estado diferente al compromiso jurado.

Le he oído a mi mamá decir varias veces que don Julio Wong, sabio como era, decía que sería médico o sacerdote. Si era diferente, más pausado, eternamente risueño no solía molestarse por nada. Se decía que nació de improviso en su casa, fue una tía abuela suya la que auxilió a doña Carmita. Supongo que juguetonamente alguno de los niños de entonces decía: “No había nacido, se había caído”. Fue tan dramático el accidente que se temió por la vida del nacido. Pero para cada quien tiene un destino Dios.

Tuvo novia, según recuerdo, o al menos una enamorada en vísperas de los “votos temporales”. Pero un buen día oí que se había ido con los Legionarios de Cristo, que para aquel entonces no estaban en Yucatán, aunque frecuentaban el Colegio Montejo en su labor proselitista. Años después lo encontré y me dijo que había regresado pero que estudiaba en el seminario Palafoxiano de Puebla.

Lo ordenaron presbítero y supe que se fue a Roma. Ahí se convirtió en líder de los estudiantes mexicanos en la Universidad Gregoriana, institución que suele preparar a los obispos. Don Manuel Castro Ruiz, en uno de sus extraños arranques de sinceridad que parecían extravagantes dada la beatitud de su discreción, me dijo sobre lo que estudiaba en Roma: “O se vuelve santo o se vuelve loco”. Lo cierto era que estudiaba Sicología y Espiritualidad Sacerdotal, o tres cuartos de lo mismo. Cuando volvió, alguna vez que lo vi le dije: “¿Fuiste a Roma y no perdiste la fe?, pues no hiciste nada”.

Hace años conversamos mucho, quedaba a la vista su sensibilidad y su finísima inteligencia. Lo vi llorar el día que se velaba a don Manuel Castro Ruiz, nada hay extraño: Jesús lloró la muerte de su amigo Lázaro y sabía que lo iba resucitar.

Le hice una entrevista para la televisión, antes le pregunté: “¿Podemos hablar del Concilio de Trento, de Plotino, el Neoplatonismo y la Santísima Trinidad?”. Mi propósito era plantear que las tres personas de las que hablaba Plotino pudieron haber influido en el Concilio que estableció el dogma de la Santísima Trinidad.

Inclusive llegué a decir al aire que Jesús pudo haber sido el Mesías sin proclamarse Dios mismo. Él sonrió, con toda parsimonia y un lenguaje sencillo me arrinconó, diré que me dejó hecho un “zoquete”. He visto cómo a ciertas horas los médicos le ceden su lugar. La información y la ciencia, jactanciosas ambas, a menudo distan de la verdadera sabiduría.

Ya se habían tardado, pero llegó el día: he leído que aquel niño especial del viejo San Juan fue nombrado obispo coadjutor de Papantla, una diócesis con más fieles que Yucatán. Jorge Carlos Patrón Wong deja mucho, nos deja hasta lo que hará en otros pueblos.— Mérida, Yucatán.