Escribo estas líneas con profunda tristeza. Con el dolor que provoca la partida del médico Ricardo López Hernández. No sé porqué la esperada siempre es la inesperada y bien se ha dicho: nadie está maduro para morir. Rich tenía noventa años, estaba enfermo y fue un hombre justo que ha de estar en presencia del  Señor. Lloro quizás por mí que  quedo huérfano de él. A distancia en los últimos años estábamos muy cerca. Siempre fue para mi un referente. Cuando la muerte se sentó en mi casa lo hablé y fue para  El Buen Jesús, comprensivo, misericordioso,  pero muy firme , muy lúcido. No quería anunciarle a María José la gravedad de su situación, “No ´puedes negarle a nadie el derecho de saber lo que le pasa”, me dijo. Rich era un hombre tocado por el Absoluto. He aquí la historia que me contó: se había convertido en uno de los primeros retiros del padre Bueno. Diario iba a misa a el templo Las Monjas. Una tarde vio a un hombre comulgar con tal  fe que le pidió a Dios algo similar. Días después en un trágico accidente perdió a sus dos hijos mayores. A linda hija la envió a su casa mientras llevaba a su hijo moribundo a una clínica. Este médico, varón de dolores, vio la mano de la Providencia a la hora del dolor devastador y su vida se convirtió en un manadero de generosidad. Vio a Dios , no a un hechicero al que tenía que reclamarle la rudeza de su destino. Perdonó y vivió con mucho dolor y mucha paz. Dijo  también ¿Padre , porqué me has abandonado? Pero entendió que el Plan de Dios no es el de los hombres, que tras tanto dolor iba a darse una resurrección ¿Cómo no podía tener dolor? ¿Cómo no iba a llorar? Si hasta Jesús lloró a Lázaro sabiendo que lo iba a resucitar. Hoy evocó su sonrisa de niño, tan limpia y tan inocente. Lo veo en misa de la tarde con la linda Icelita. Lo evocó llorando la última vez que nos abrazamos. Antes había celebrado que mi hijo Gonzalo había publicado su primer artículo, recordó que siendo muy niño le pidió, en su casa, más chocolates. Lo abrazo con infinita ternura el día que murió su madre.  Ricardo fue un hombre que se le plantó al dolor, fue un médico de cuerpos y almas del que se hablará por mucho tiempo para bien de todo aquel que sienta abatido y que piense que no hay un mañana luminoso.