LA VENUS DE SAN CRISTÓBAL
Todo empezó con el incesto de Urano y Gea, “la madre tierra”. De estos amores vedados nacieron los Cíclopes y después los Titanes. Cuando Urano envío a los rebeldes Cíclopes al Tártaro –un inframundo confortable– Gea le dio a su hijo menor, Cronos, una hoz con la que éste le cortó los genitales a su padre y los arrojó al mar. De la espuma sangrante nació Afrodita, la diosa del amor.
Para los romanos esta gran divinidad fue llamada Venus. Sandro Boticelli pintó, por encargó de los Médici, en pleno Renacimiento, un cuadro legendario: “El nacimiento de Venus”. En el cuadro se le ve a la diosa del amor saliendo de la espuma de una concha.
Nuestra civilización se elabora con dos materias primas: el helenismo y el judaísmo. Para nosotros hay dos libros capitales: la Biblia y la Ilíada. Esta fusión ha dado una historia de sucesivos combates y reconciliaciones.
Si Pablo unió las dos culturas con una eficiencia notable, la Escolástica también las conjugó con brillantez. El Renacimiento hizo lo propio pero por otros rumbos. La Edad Media abjuró del cuerpo y las pasiones que lo habitan, lo que nunca hicieron los sabios griegos. El Renacimiento le devolvió la dignidad humana al cuerpo y así lo proclamó.
“La concha de Venus” ha sido un símbolo de la feminidad y toda su inmensa fuerza en el universo. Sin embargo es de llamar la atención que en un templo construido en el siglo XVIII ostente en el frontis una “concha de Venus”.
Desde antes del Renacimiento pudo haber sido en Europa un elemento sincrético: la antigua diosa del amor ahora se asociaba, no sin alguna violencia, con la Santísima Virgen María, la Diosa Madre del cristianismo. Parece ser que nuevamente eso se pretendía: el templo del colonial barrio de San Cristóbal está consagrado, desde su construcción, a la Virgen de Guadalupe, la gran aportación del sincretismo católico en México. Guadalupe aparece en el cerro en que los antiguos mexicas veneraban a la Diosa Madre: Tonantzin. La Virgen no solo la sustituye, sino que al ser morena, hija de esta tierra, ofrece conjurar la orfandad en que nos dejó la Conquista al habernos despojado de los antiguos dioses.
En Yucatán es infrecuente el sincretismo, quizá lo más notable se vea en los tres reyes magos de Tizimín que sustituyen a unas deidades prehispánicas. Pero en Mérida, la Virgen que se apareció fue blanca y le habló a un blanco: fue en San Sebastián. Es más Nuestra Señora del Rosario, patrona de la ciudad, es la “madre de todas las batalles de la cristiandad”, y en estas tierras los enemigos de la cristiandad eran los indios. En Izamal quizás no hay sincretismo sino el deseo de que lo prehispánico desaparezca o quede sometido fatalmente.
Lo cierto es que entre nosotros parece estar un tanto fuera de lugar la “concha de Venus” en una iglesia del barrio de los indios de fuera de la ciudad , aunque , a siglos de distancia, merece nuestra atención.