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En los años setenta prevalecía un sistema de evaluación en la preparatoria basado en un examen oral con tres sinodales. En el caso de las preparatorias privadas uno de los sinodales era enviado por la Universidad de Yucatán. Este sistema daba lugar a tremendas injusticias: con el programa bien aprendido un alumno podía reprobar una materia, más aun podía no pasarla nunca si caía en desgracia con un sinodal. Esto en medio de una espera a los sinodales de hasta 12 horas. Los directivos del Colegio Montejo pensaron que si incorporaban a los sinodales de la Universidad de Yucatán como maestros se evitaría la injusticia y los agravios. No fue así. Por el contrario los maestros hicieron más audaces sus arbitrariedades. Lo más grave es que empezaron a manipular a los alumnos. Alguno inducía a unas fiestas en la playa con abundancia de licor. Visto desde esta época aquello era una atrocidad, se trataba de jovencitos de 16 y 17 años, menores de edad. Sobre estos oprobiosos pasajes ya se han documentado testimonios muy serios. Carlos Castillo Peraza llegó a Mérida en el año de 1976 y se incorporó a la preparatoria del Colegio Montejo como maestro de filosofía. Era muy cercano a los maristas y por eso su participación en el colegio  era muy notoria. Los maristas lo veían, y con razón, como un modelo de egresado. Carlos inició una campaña para acabar con estas fórmulas contrarias a la pedagogía y que comprometían el prestigio de una institución como el Colegio Montejo. Quizás para sorpresa de Castillo Peraza el rector de la universidad, Dr. Alberto Rosado G. Cantón, le brindó todo el apoyo para que salieran del colegio los maestros que estaban envueltos en estos asuntos. Todo este movimiento se hizo sin escándalo alguno. Nunca más volvieron los exámenes orales y las injusticias. El sistema cambió para siempre. Esta fue, posiblemente, la primera gran aportación de Carlos Castillo Peraza, después habrían muchas más y muy notables para todo México.