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Al Vino

¿En qué reino, en qué siglo, bajo qué silenciosa
conjunción de los astros, en qué secreto día
que el mármol no ha salvado, surgió la valerosa
y singular idea de inventar la alegría?
Con otoños de oro la inventaron. El vino
fluye rojo a lo largo de las generaciones
como el río del tiempo y en el arduo camino
nos prodiga su música, su fuego y sus leones.
En la noche del júbilo o en la jornada adversa
exalta la alegría o mitiga el espanto
y el ditirambo nuevo que este día le canto
otrora lo cantaron el árabe y el persa.
Vino, enséñame el arte de ver mi propia historia
como si ésta ya fuera ceniza en la memoria.

La postvanguardia en la poesía exige despoblar al poema y dejar únicamente la poesía. Ausente la rima, despreciado el ritmo, la poesía debe lucir por sí sola. Abjurando del clasicismo y de nuestro Modernismo llegamos a esta visión. Creyendo que Edgar Allan Poe es el hombre del jingle que cargaba sus poemas con demasiado ruido que perturbaba la al poema, se debe dejar que solo vibre el arte . Ese mismo reproche se le hace a Rubén Darío: en el altar del ritmo sacrificaba a la poesía. A las formas clásicas se les hace el mismo reclamo: la métrica y la rima podían rebajar la poesía. La actualidad valora el prosaísmo cuando es capaz de dejar la poesía libre para que entre en quien la lee. Un gran exponente entre nosotros ha sido Jaime Sabines. Octavio Paz también lo logró con su inmenso talento y su obstinación por encontrar lo puramente poético. ¿Cuál es el fin de la poesía? Revelar algún misterio. No importa la forma de que se valga, importa si logra trascenderla y revelarle al lector una verdad que lo transforme. En este poema de Jorge Luis Borges hay algo notable: envuelve al lector en la exaltación que produce el vino, lo pone en ese estado achispado y complaciente que el vino ha ofrecido a la humanidad desde los tiempos más remotos. Este prodigio se hace con poesía y con una forma clásica: el soneto. Pero en el mismo poema se producen cambios-sin perder el sentimiento de exaltación-, el vino es sinónimo de la alegría pero no deja de mostrarnos sus “leones”. Dionisio es el dios del vino y, aun tiempo, de la tragedia para los griegos. Dionisio es lo contrario de Apolo, es la desmesura. Pero el final es más cautivador. El vino logra lo que Freud se propuso: cura la memoria, ese horror que persigue al hombre desde que nace hasta la tumba. Borges elude a Dionisio, evita el cantar la urgencia de la medida y la tragedia de no observarla. Esta no es un crítica , eso sería pretensioso ante este hermoso poema. Es una observación que se impone. Perdida la proporción el vino conduce a lo trágico. Todo hombre debe aprender un conjunto de cosas mínimas en la vida, amar es una de ellas , beber vino es otra.