Carlyle decía que los hombres necesitan héroes. En algún momento fue más preciso y dijo : “la historia del mundo es la biografía de los grandes hombres”. Pero he aquí que, en el caso de las luchas intestinas, siempre crueles, la historia  la escriben los vencedores. El afán de explicación, y aun cierta anacrónica pretensión por descalificar al contrario, crea los personajes antagónicos, los villanos. Finalmente,  unos u otros, héroes y villanos, son desfigurados por los intereses de los triunfantes que  se hicieron del poder. Don Porfirio fue “el héroe  del 2 de abril ”, fue quien tomó la ciudad de México para la causa de don Benito Juárez, fue un patriota que terminó siendo un dictador, de ahí que los gobiernos revolucionarios lo hayan convertido en su villano favorito. Don Benito Juárez tenía su carácter y podía ser un hombre arbitrario, recuérdense aquel soneto escrito por don Irineo Paz, abuelo de don Octavio,  que terminaba diciéndole al “Benemérito de las Américas”: “Suéltanos por piedad, querido tata/ ya fueron catorce años de cicuta…/ ¡Suéltanos, presidente garrapata!”. Pero Juárez  fue más lejos: pretendió vender parte del territorio nacional a los Estados Unidos. Otro tanto se puede decir de don Francisco I. Madreo y de la imposición de Pino Suárez y el despojo a don Delio Moreno Cantón. En definitiva, los héroes son, por naturaleza, personajes polémicos. Hace unos días el debate se centró en la figura del coronel José Eulogio Rosado, combatiente de la Guerra de Castas. Don Fernando Espejo Méndez  lo descalificó como héroe y recurrió a un argumento audaz al presentar a Eulogio Rosado como un cruel asesino de indios.  Don Juan Francisco Peón Ancona se dio a la tarea de hacerle unas precisiones a la erudición incierta de Espejo Méndez. El incidente es digo de atención por varios motivos. Don Fernando Espejo no solo es un poeta de verdad sino que en algunos reflejos de su obra se nos revela como un gran poeta. En literatura, verso o prosa, más importante qué lo qué se dice es cómo se dice; bajo esta premisa  don Fernando, que parece haber nacido con un don para hacer con las palabras cajas de música, se revela como uno de los mejores poetas yucatecos del XX. Sin embargo parece estar siendo víctima de una antigua trama: la del intelectual  que viene al terruño a opinar, a dirimir, a iluminar controversias vernáculas con su autoridad, a menudo tan solo avalada por su residencia en la capital; en estas circunstancias se crean los espacios para los deslices y su consecuencia: la controversia. Es inobjetable que el coronel Eulogio Rosado cumplió con su deber en varios teatros de una guerra despiadada que no solo aspiraba a eliminar al enemigo, sino que  exigía, también, el martirio previo y el escarnio posterior. Rosado mismo protagonizó un pasaje espeluznante en términos de la civilización occidental: exhumó los restos del líder rebelde Cecilio Chí y se los envió al señor cura de Tepich, don José Canuto Vela, con una nota que, entre otras cosas, dice : “..así me parece que debemos perpetuar la de los famosos asesinos y sanguinarios como lo fue el difunto Chí, para execrar sus nombres ….El sepulcro de éste tenía dos varas de profundidad: se conservan sus alpargatas, y se conoce que su cadáver fue amortajado de damasco encarnado u otro lienzo igual”.

Cierto, la discordia de nuestros linajes se ha reflejado en los trabajos historiográficos y la poesía, desde Justo Sierra O´Reilly  hasta don Fernando y don Juan Francisco. Sierra O´Reilly definió la idea del indio bárbaro que amenazaba con borrar del mapa de la civilización occidental   a Yucatán; Sierra O´reilly trascendió a su generación, la de 1840, e influyó  en la siguiente generación de historiadores: Crescencio Carrillo , Eligio Ancona y Serapio Baqueiro. Carlos R. Menéndez González, emancipado de estas ideas, critica el racismo de Sierra O´reilly, aunque  admira su obra literaria ; los historiadores y poetas revolucionarios, y los posrevolucionarios, toman posiciones contrarias, así nos encontramos con el poema Manelich, con su vehemente llamado a vengar con la muerte las afrentas y el asedio,   del cambiante, y genial, Antonio Mediz Bolio. Si los héroes y los villanos son creaciones extraídas de la realidad  pero situadas en un mundo ideal, la Guerra de Castas, para nosotros, no acepta ni a unos ni a otros. Los yucatecos del siglo XXI pertenecemos a ambos bandos, por eso al contemplar lo sucedido podemos entender causas y efectos, podemos sentirnos avergonzados por la atrocidad y la inclemencia de algunos pasajes, podemos reconocer los gestos de gallardía que tuvieron unos y otros. Pero por encima de esto, más allá de precisiones históricas, siempre insuficientes,  no podemos seguirnos viendo  en esta disputa genealógica que nace del odio y que a él conduce.