Por Gonzalo Navarrete Muñoz
Con pena recibì la noticia de la partida de Emanuel Conde Ontiversos. Fue el primero que hablò del plan de choque años antes de que se lanzara el primer pacto. Estaba convencido, con razón, que era lo único que podría detener la inflación en Mèxico y permitir encontrar un rumbo. Celebrò las medidas de Salinas de Gortari pero lamentaba los lentos avances democráticos, fue el primero que hablò de tiendss de conveniencia y otros giros. Hace poco hablamos mucho de China , estaba convencido que Estados Unidos y Gran Bretaña lo dejaban crecer porque carecían de una democracia y los grandes consorcios eran del gobierno: “jalan un par de hilos y se cae todo”, solìa decir. No creìa en el Puerto de Altura como palanca del desarrollo de Yucatàn, en cambio desplegaba su teoría de convertir al Estado en un polo científico, universitario y cultural: el tiempo le ha dado la razón otra vez, aunque no hayamos alcanzado el desarrollo. Era un hombre lùcido como pocos. A pesar de esto su característica distintiva era su compromiso por hacer un mundo mejor. Querìa un mundo màs justo y solidario y se empeñaba en hacer su parte. Otro rasgo: recibió en herencia del destino a todos aquellos con deficiencias e insuficiencias mentales para la vida. Estaba pendiente de ellos, èl que tenía una mente brillante. Alguna vez un cuidador me regresò una computadora que dejè asentada por olvido. Conde me presionò a darle una generosa propina al hombre que me la devolvo , acampañandome en la gestión. Su partida me duele porque ha hecho mi mundo màs pobre. Extrañaba ya nuestras comidas y cenas, la enfermedad las había disipado. Nos embarcábamos en conversaciones interminables con cervezas , consideradas por èl “bebidas refrescante”, botellas de vino y toda clase de menùs. Yo lo arrastrè por muchos restaurantes y fondas. Recuerdo nuestro paso por el “Cafè Alameda”, una fonda de pañuchos y salbujtes de Chuburnà donde degustábamos un caldo de pavo solo superado por cierta Sopa Tàrtara del Louvre. Pasamos muchas horas en Le Gourmet y La Tratto. Nuestros temas eran los mismos: el desarrollo económico de Yucatàn y la macroeconomía , disciplina en que era el mejor. Sus análisis políticos no acaban de convencerme: era un hombre demasiado noble para concebir la maldad humana que está detrás de la búsqueda del poder. Hombre sencillo, y peculiar como todos los genios , no perdió nunca su capacidad conversadora . Lo visitaba con frecuencia en su casa de la Colonia Campestre. Ahì, sentado en su sillòn, casi sin poder moverse, iluminaba los temas y no dejaba de asombrarme. Los hombres fuertes como Emanuel parece que tardaran en morirse , pero no fue así con mi entrañable amigo que se fue sin tomarme en cuenta , como dijo Fernando Espejo. Algún día yo también celebrare mi última cena y espero encontrármelo . Por ahora solo hablaré con él en sueños, esa borrosa patria de los muertos.