DON CARLOS R. MENÉNDEZ NAVARRETE, EL MAESTRO

Nadie está listo para morir. La vida es temporal, la muerte es para siempre. Cierto, la muerte propicia  una forma de vida diferente. Pero hoy la familia y los amigos de Carlos R. Menéndez Navarrete estamos entristecidos.  El tiempo es propicio para hablar de su vida y su obra, no porque el lo necesite sino porque a la juventud le urge. Mucho se puede decir de Carlos R. Menéndez Navarrete, pero nos centraremos en un punto: su contribución a elevar el nivel cultural de su pueblo. Don Carlos era un hombre culto, lector entusiasta, poeta: revisando archivos aquí y allá encontré dos poemas juveniles de don Carlos: uno a la Virgen de Belén, del colegio cubano en que estudió; y el otro a las manos de su madre.  El idioma es una forma de ver la vida y por tal de elevarla, refinarla o envilecerla. Don Carlos, siguiendo los pasos de su abuelo y de su padre, educó a su pueblo con el uso de un lenguaje pulcrísimo que brilla en las páginas del Diario. Las palabras pertenecen al reino de la imaginación y es en éste donde vive la inteligencia. Leer el Diario es hacer calistenia intelectual. No es oír sermones, sino pensar. Hay una anécdota reveladora: dos hombres sencillos conversaban, uno le dijo al otro: “dice el Diario que el consejero del rey fue a San Sebastián” y el otro contesta: “¿Y que habría de haber ahora en San Sebastián si faltan meses para la fiesta?”. Lo destacable es la penetración que tenía el Diario y el efecto formador que lograba entre el pueblo. En este proceso don Carlos R. Menéndez Navarrete fue un paladín. Quizás esa obra es tan valiosa como puede   la crítica valerosa y generosa que practicó a lo largo de su vida profesional. Estos dos elementos: formación y crítica lo convirtieron en el hombre que más conoció el carácter de los yucatecos en la segunda mitad del siglo XX.  Quizás logró entender lo que escondían las aguas mansas en apariencia de nuestros cenotes. Misterio que tanto cautivó a Octavio Paz. Sereno, de hablar pausado, era un hombre valiente donde los hay. En una cena le pregunté: “¿Usted no le tiene miedo a nada?” Y con su paz imperturbable me respondió: “solo tengo el Santo Temor de Dios”. Únicamente se puede vivir con valor, con desafío y desprecio a los hechizos del placer, el protagonismo y la comodidad. Una y mil veces nos lo dijo Carlos R. Menéndez Navarrete. He aquí, entre otras aportaciones de su vida, la gran herencia al pueblo que tanto amó y del que fue defensor, testigo y maestro. En el universo se apagó la estrella de Carlos R. Menéndez Navarrete, vivirá en la eternidad, pero su luz seguirá atravesando el firmamento por todo lo que hizo por Yucatán.