DESPUÉS DE EL QUIJOTE

El lenguaje natural del hombre es la poesía. El hombre primero habló en verso y después inventó la prosa. Quizás la prosa está vinculada a la lógica que le habla a otra región del hombre. Los libros fundacionales de nuestra civilización son libros de poesía: La Ilíada, La Odisea y La Biblia.  El hombre ha vivido en una doble tensión: realidad vs fantasía e imaginación vs razón, aunque tendríamos que decir que para no morir de tristeza hay que encontrar un equilibrio entre esas tensiones.  La civilización occidental se empeña en que prevalezca la realidad y la razón produciendo un estado de permanente frustración. El hombre feliz no es lógico ni razonable. Más aun el hombre necesita vivir con tanta imaginación como sea posible y solo la realidad que sea necesaria.

Desde este punto podemos atisbar el largo y sinuoso proceso de facilitar el lenguaje, lograrlo más oral y más cerca de la realidad y la razón. Esta evolución ha tenido reparos importantes tanto en el Barroco como en el Romanticismo, sin embargo, la transformación no se ha detenido.

PAUSA NARRATIVA

Hay años en que la historia de la humanidad hace erupción: 1492 fue uno de ellos. Después de este año la humanidad no volvió a ser la misma. En ese año Antonio de Nebrija publicó su legendaria Gramática. No es fácil decir que con este suceso se funda la lengua castellana pero no podemos evitar que sea un referente. Años después se publica El Quijote con el cual se funda la novela moderna. El Quijote plantea las reglas clásicas de la narración: el narrador, que puede presentarse desde un yo, un tu o un él; el tiempo, desde un presente, desde un pasado o desde un futuro; el espacio narrativo que puede ser distinto el del narrador que el de la historia; y el plano de la realidadLas mudas constituyen los cambios cualitativos que se dan en los puntos anteriores. Las cajas chinas, los vasos comunicantes y el dato escondido, son las otras reglas clásicas.   El estilo se acepta como la manera en que se organiza el lenguaje y puede lograr una simbiosis con la narrativa. Pero esto pude ser dudoso. Por siglos el lenguaje ha pertenecido al autor y no al narrador. Salvo algunas narraciones que requieren un carácter especial, cito: El Hombre de la Esquina Rosada de Jorge Luis Borges. El lenguaje debe estar al servicio de la narración. El lenguaje es del narrado, no del autor. Dos citas más: Antonio Mediz Bolio en La Tierra del Faisán y del Venado aporta un lenguaje inspirado en la lengua maya, según dice él mismo. No estoy seguro, sin embargo, es fantástico, entre otras cosas porque está al servicio de lo narrado.

Juan José Arreola dijo alguna vez que Borges, bajo el patrocinio de Quevedo, había despojado a la prosa de “toda la vana palabrería que prevaleció desde El Romanticismo y que venía de siglos atrás”. Ciertamente, pero hizo algo más: modificó la manera de adjetivar en lengua castellana: “nadie lo vio desembarcar en la unánime noche”, “le cruzaba el rostro una cicatriz rencorosa” o “lo supieron los arduos alumnos de Pitágoras”, son ejemplos de esa espléndida novedad que tanto le criticó Mario Vargas Llosa a García Márquez cuando escribió en El Amor en los Tiempos del Cólera sobre una negra que tenía “los senos atónitos”. No se acaba de entender el reproche de Vargas Llosa a un recurso tan eficiente. Aunque a decir verdad no es común que se use el adjetivo como una herramienta de la narración. Si se hace una narración erótica podría resultar eficiente usar adjetivos como:  celestial, sabroso, rico, suculento, sensual, amoroso, apasionado; por ejemplo “la apasionada mañana”, “el sonido sensual del algodón”, “los ojos suculentos”, etc; eso es usar el adjetivo al servicio de la narración y no del exhibicionismo   del autor. Al decir narración se dice narrador, hecha esta útil aclaración abundamos: en muchos casos Borges era el narrador personaje y en he sentido no había fraude. El lenguaje puede ser cómplice de la narración o saboteador. Desde luego las buenas novelas lo son a pesar del lenguaje. Cien Años de Soledad es una obra fascinante. No es una novela fundacional como El Quijote, por el contrario: es un valle al que llegan un conjunto de ríos preciosos. Sería desafortunado decir que es un compendio porque García Márquez aporta, y mucho. Pero en realidad quizás sea la única novela que abarca todos los subgéneros de la literatura fantástica:

Lo mágico: esto es lo proveniente de artes secretas invocadas para la obtención de algunos fines. Es el mago quien oficia los ritos propiciatorios.

Lo milagroso: este tipo de hechos prodigiosos son producidos por una divinidad. Y revestidos de la fe.

Lo mítico-legendario, es el hecho que proviene de una realidad histórica sublimada, transformada por la tradición oral y la literatura.

Lo fantástico: este es el hecho imaginario puro, el que nace de la imaginación solamente.

 

A pesar de esta novedad histórica- el compendio de los subgéneros de literatura fantástica- el lenguaje de García Márquez es el clásico de su tiempo: sin ninguna aportación o servicio a la historia narrada. Es curioso: ni antes, ni después de García Márquez se recurrió a algo más de lo fantástico. Ni Rulfo, ni Garro, ni María Luisa Bombal, ni Adolfo Bioy Casares, ni Jorge Luis Borges, ni Isabel Allende, se apartaron de lo puramente fantástico y quizás alguna pequeña tentativa por lo religioso o lo mágico, pero nada trascendente. En ese sentido nadie exploró un lenguaje narrativo que estuviera en concordancia con la historia. Tampoco se exploraron algunas técnicas diferentes. Borges nos habla de “algunas astucias”: no usar sinónimos porque los sinónimos evocan otros significados, recurrir al lenguaje más lleno, más cerca de la oralidad; narrar la historia como si no se comprendiera del todo e introducir elementos de duda que le dan certeza a lo narrado. Las dos primeras “astucias” aluden al lenguaje y son muy válidas, ya hemos visto como el proceso de oralidad viene de siglos atrás; al mismo tiempo se requiere de no usar alternativas en las palabras porque corremos el riesgo de astillar la narración. Las otras dos técnicas son de mayor fuerza para la historia narrada: el trasmitir la idea de que no entendemos del todo los hechos convoca al lector que puede decir: “pero ¿qué le pasa? Esto es así y aquello es de la otra forma”. En las técnicas de Cervantes no se convoca al lector tan claramente ni con el “dato escondido”. Ya antes se había descubierto la importancia de convertir al lector en coautor de la obra, de obligarlo a participar, de mudar su condición de lector identificado con tal o cual personaje o tal o cual situación a la de autor que tiene que resolver determinadas cuestiones. Recientemente Mario Bellatín en Salón de Belleza parece consagrar dos nuevas técnicas: los vacíos, es decir datos y circunstancias que la narración no da y que requieren se imaginadas por el lector: nombres, direcciones, hechos precisos, hasta cambios de la naturaleza humana. Con una enorme maestría Mario no pierde la coherencia de la historia y nos atrapa con la necesidad de resolver algunos enigmas. Otras técnicas que consagra con cierta claridad, aunque quizás se había usado antes, es la sinestesia en la narrativa, esto es: crear unos vasos comunicantes, así sean muy discretos, entre alguna historia diferente y la principal. En Salón de Belleza es la fragilidad de los peces en una pecera y la fragilidad de la vida de los personajes.  En Madama Bouvary de Flaubert aparece un vaso comunicante entre las Bodas y los Comicios Agrícolas, pero no hay sensualidad; algo semejante sucede en La Fiesta del Chivo, una obra maestra de artesanía literaria. Crear emociones a partir de sensaciones es un recurso de gran talento y esa puede ser la sinestesia narrativa.  Vuelvo a Bellatin: él nos ofrece un lenguaje mínimo, sin adjetivos en uno u otro sentido. Un lenguaje que puede dejar que la historia crezca y sea ella la protagonista. Andre Gide dijo: “Escribe una frase bella y una idea más bella vendrá a alojarse”. Eso está bien para una clase de lenguaje, pero no el de narrativa. La vieja creencia de que el lenguaje podía convertir en bello hasta lo feo tampoco ayuda. Sin embargo, no podemos asegurar que el lenguaje minimalista sea un aliado importante de la historia narrada, tan solo podremos decir que no la usurpa, como sucede con frecuencia. Si asumimos que el lenguaje natural del hombre es la poesía tenemos que dudar un poco del lenguaje minimalista, al menos si no logra un ritmo. Ya lo sabemos: se escribe con el oído, y decir esto es decir ritmo. Ese ritmo, imprescindible, también tiene que estar al servicio de la historia narrada. Es cautivador que una historia como La Ilíada esté escrita en hexámetros y nos pueda subyugar. Las incontables sentencias de la obra homérica han perdurado por miles de años por eso: porque son poéticas y porque el arte es la madre de todas las ciencias y el legítimo Evangelio. Pareciera que la historia, que se ajusta a los días de cólera de Aquiles, son un pretexto, que lo importante es el caudal de sensaciones, emociones e ideas de la obra.   La narrativa del siglo XXI se acercará más a la oralidad, evitando que el lenguaje sabotee la historia, y por el contrario el lenguaje esté al servicio de lo narrado. A un tiempo tendrá que aceptarse que se tiene que convocar al lector para que participe en la obra, es la única forma de conseguir y atrapar lectores en este mundo frenético que vivimos.