CHICHÉN ITZÁ

HAY MUCHO QUE DECIRLE A LA HUMANIDAD

La asombrosa Chicén Itzá puede traducirse como “la boca (chi) del pozo(Chen) de los itzaes”. Se ha sostenido que los Iztaes era una tribu cuyo nombre se permite entender como “brujos del agua”. Este significado, a más de poético, es fascinante por la que el agua significaba para los pueblos de la antigüedad y la actualidad: vida y muerte, ésta última en la forma de diluvios, cataclismos que con frecuencia aparecen en las mitologías de los pueblos y de la carencia que acecha al mundo contemporáneo. Sin embargo Chicén Itzá, antes de llamarse así, tuvo al menos dos nombres: Uuc-Yab-Nal y Uac-Habal. Apenas si se necesita destacar el atractivo arquitectónico del área, aunque siempre será oportuno acentuar lo que algunos sostienen: que entre otras distinciones Chichén Itzá fue gobernada por un Multepal, es decir por una suerte de consejo, y no por un Tatich o un Halach Unic. Empero, cuando los españoles arribaron Chichén Itzá tenía más de dos siglos de estar abandonado. Casi nadie le regatea a John Sthephens el haber dado a conocer al mundo el esplendor de Chicén Itzá, que desde luego no era ni por asomo lo que ahora podemos contemplar. Las ruinas se encontraban dentro de una hacienda llamada precisamente Chichén que pertenecía al partido de Pisté. Don Ignacio Rubio Mañe realizó una investigación, cuya parte medular fue publicada por el Diario el 3 de diciembre de 1933, en la que establece la historia de la propiedad de la hoy monumental Chichén Itzá que va de don Blas de Segura y Sarmiento a don Jerónimo de Ávila y de éste a doña Maria Figueroa , hasta que don Juan Ambrosio de Lorra y doña Josefa Méndez traspasan por título de venta real “desde ahora y para siempre” la propiedad de la hacienda a don José de Sosa y Pino. La hacienda Chichén estuvo en la familia Sosa por tres generaciones. Ellos fueron los que atendieron a Stephens. Posteriormente los descendientes de el señor Sosa y Pino se la vendieron a una sociedad integrada por don Delio Moreno Cantón, don Emilio García Fajardo y don Leopoldo Cantón y Ferxas, fueron estos caballeros quines le vendieron la hacienda a Eduard H. Thompson- posteriormente la adquiriría don Fernando Barbachano Peón-, otro extranjero interesado en el esplendor maya que contribuyó a su difusión aunque hayan caído sobre él graves acusaciones de saqueo de piezas de valor, a punto tal de que en los Estados Unidos se presentó un libro sobre el tema escrito por T. A. Willard e intitulado “The City of Sacred Well ”, texto que incluía una lista incompleta de todo lo que sabía extraído de Chicén Itzá. Esta publicación de Willard dio lugar a una demanda del Gobierno Federal a través de la Secretaría de Instrucción Pública, cuyo titular, el señor Puig Casauranc, la interpuso el 20 de noviembre de 1926. El proceso penal no continuó dada la muerte del señor Thompson, pero el civil duró 18 años hasta que La Suprema Corte de Justicia de la Nación amparó a los herederos del señor Thompson. No es menos cierto que el interés de los extranjeros pudo haber incentivado el de nuestras autoridades. Según Teoberto Maler ,que acompañó a don Justo Sierra Méndez en la visita realizada a Chichén en 1906, el muy ilustre refundador de la Universidad Nacional de México se sintió más atraído por el supuesto prodigio que las vacas de la haciendas subieran al castillo que por la propia obra, que ciertamente tan solo era una montaña de piedras que evocaba lo que pudo haber sido. “¿Es posible que haya ganado en el mundo capaz de subir a semejantes alturas?”, dijo don Justo que no sentiría ninguna especial simpatía por nuestro pasado prehispánico; no lo apreciaría ni como muchos de los liberales, ni como los porfiristas ni como hijo de don Justo Sierra O´Reilly. Si los extranjeros nos enseñaron a entender nuestro patrimonio histórico no es menos cierto que gracias a eso Chichén fue restaurada, proceso del cual no se podrá prescindir nunca de la fundación Carnigie. El caso es por demás cautivador: el fenómeno del equinoccio descubierto y estudiado por Luis Arochi fue con un Castillo restaurado. Chichén es una ciudad de piedra que constituye un monumento al hombre, a los hombres de todas las razas y de todos los tiempos. Es una proclamación de que occidente no posee la hegemonía cultural de la humanidad. Y de que el hombre es distinto y el mismo. Hoy nuestra antigua ciudad posee un título mundial. Una distinción valiosa, tan más cuanto el sitio todavía tiene mucho que decirle a la humanidad que puede seguir maravillándose con ella. Y sobre la base de una ley no escrita pero legítima: Chicén Itzá es una maravilla para todo aquel que es capaz de sentirla.

EDWARD THOMPSON

Hace unos años Hernán Lara, Rocío Bates, Elenita Poniatwska, Fernando Espejo, Sara Poot Herrera y el autor Michael K. Schessler presentaron el libro de la autobiografía de Alma Reed. Dada la breve pero intensa polémica que se suscitó esa misma noche me atreví a calificar el episodio como un acto de “valor extremo”. Así es, hay temas y personajes que nos inflaman. Me parece que la inteligente Sarita no ignoraba esta peculiaridad cuando propició la presentación. Sarita ha sido en los últimos años la gran embajadora cultural de Yucatán; al hacer posible este suceso rescató a una figura de nuestra historia que tiene un caudal para ofrecernos. No creo que sean tan inquietantes las inexactitudes en que incurre Alma sobre Yucatán en su autobiografía. Por el contrario si son turbadores algunos misterios o aparentes contradicciones que se deducen del texto Una de ellas se refiere a la traumática personalidad de Edward H. Thompson y su relación con el gobernador Felipe Carrillo Puerto. Alma Reed sostiene en su autobiografía que “don” Eduardo le narró detalles de las “exploraciones” del cenote sagrado de Chichén Itzá y el traslado a los Estados Unidos de las piezas extraídas. La primera pregunta apenas si necesita explicaciones: ¿Qué motivos tendría Thompsom para narrarle a una periodista norteamericana lo que ya era considerado un delito grave?. Esta conversación le permitía a Felipe conocer de primera mano la historia de los saqueos de la herencia de los mayas por los que tanto se desvelaba. La situación era peculiar: Thompson y Felipe eran amigos. El mismo “Dragón de los ojos de jade” así se había pronunciado públicamente, según la propia Alma. Los cuestionamientos pueden proseguir: ¿Cómo entendería Alma la conducta de Carrillo Puerto, convencida como estaba de que Felipe expropiaba las haciendas henequeneras, pero sin afectar la hacienda Chichén donde se cometieron atracos capitales contra el patrimonio del pueblo maya? Michael ha hallado en el archivo del Times- periódico para el cual había trabajado Alma Reed- un artículo de ésta, publicado el 8 de abril de 1923, en el cual denunciaba la conducta del Thompson, quien ostentaba un cargo diplomático que lo protegía para el tráfico de las piezas arqueológicas. La copia del juicio penal promovido en el año de 1926 contra Edward Herbert Thompson por el delito de robo de objetos arqueológicos pertenecientes a la Nación promovido ante el juzgado 1º de Distrito del ramo penal a cargo del juez Lic. Roberto Castillo Rivas, siendo secretario y agente del Ministerio Público los licenciados Gonzalo Romero Fuentes y Álvaro Peniche Peniche, no aparece como prueba el artículo de Alma Reed. En cambio se transcriben detalles del proceso de dragado al cenote sagrado según el propio Thompson y que aparecen consignados en el libro The City of de Sacred Well de Mr. Williard. En este revelador texto podemos encontrar los motivos que tuvo Thompson para referirle a Alma sus hazañas en Chichén: estaba orgulloso de ellas. Thompson pensaba que si el no hubiera realizado el dragado del cenote la humanidad no hubiera tenido el privilegio de conocer las maravillas de la cultura maya, esto aunque desde la ley de 1897 estaba prohibido el tráfico de piezas arqueológicas y de que en 1911 el propio don Justo Sierra Méndez, Secretario de Instrucción Pública y Bellas Artes, negó el permiso para que se siguiera explotando Chichén Itzá. Pero existen otros datos reveladores: Juan Martínez Hernández, inspector de monumentos arqueológicos, al comparecer ante el juez en la causa referida declaró haber informado a Felipe Caqrrillo Puerto de los trabajos que a principios de siglo había realizado “don” Eduardo y sus ventas a los Estados Unidos, así como los tesoros que seguía guardando. Esta declaración y una carta de abril de 1923 en que Felipe le comenta a Alma que se encontraba realizando un viaje por Motul con Thompson son un tanto inquietantes. ¿Sabiendo Felipe la catadura de “don” Eduardo lo seguía frecuentando? Desde luego que no le sienta bien al “Mártir del Proletariado Nacional” el que estos hechos lo insinúen como amigo de un agente del “imperio” que asaltó el cenote sagrado de los mayas y exportó lo pillado al extranjero. Pero no debemos precipitarnos: según el expediente judicial Thompson salió de Yucatán en 1923 y es posible que en ésta búsqueda aparezca un documento que nos muestre a un Felipe Carrillo Puerto preocupado por los tesoros de “sus indios” y contrariado con la conducta de un “imperialista depredador”. Edward Thompson llegó a Yucatán alrededor de 1880, de veinte años de edad, sin que se conozcan sus antecedentes académicos. Inició una serie de “exploraciones” apoyado por el museo “Peabody” en Loltún y en la tumba del Gran Sacerdote en Chichén Itzá, bajo el patrocinio de F. W. Putman, siendo que todos los objetos encontrados fueron a dar a la Columbian Exposition , este acerbo fue trasladado posteriormente al Field Museum de Chicago ; siguió sus exploraciones en Labná y Uxmal, lo que despertó, aparentemente, muchas protestas. Fue nombrado vicecónsul de los Estados Unidos, puesto del cual fue destituido posteriormente.. Posiblemente con el apoyo de Stephen Salisbury , de Worcester y de Charles P. Bowditch adquirió la hacienda Chichén, en cuyos terrenos se encontraban las legendarias ruinas. Thompson realizó dos temporadas de dragado en el cenote sagrado: una de 1904 a 1907 y otra de 1910 a 1911.

CHICHÉN Y OTROS DE SUS PERSONAJES

Don Francisco Gómez Rul-quien fuera director de la escuela de Bellas Artes y que por cierto no se apellidaba así sino Sebrían entere otros apellidos más- el que entusiasmó a su hijo político, Fernando Barbachano Peón, y a su propia hija, Carmen Gómez Rul, para comprar parte de la hacienda Chichén a Edward Thompson. A don Fernando Barbachano Peón se le reconoce como un pionero del turismo nacional, empero poco se habla de doña Carmen quien vivió en el hotel y lo cuidaba de las asechanzas de los jaguares con una escopeta. A instancias de Morley se había creado el departamento de arqueología en el Instituto Carnegie , y fue él mismo quien consiguió los fondos de esta organización para iniciar la reconstrucción de Chichén Itzá. Esto ocurrió en 1914, pero los trabajos no pudieron iniciarse por los sobresaltos de la revolución, comenzándose a principios de la década de los veintes. Ciertamente Morley había estado desde principios de siglo tanto en Yucatán como en Guatemala. No menos cierto es que Morley fue teniente de la marina norteamericana y que sirvió como espía para ubicar submarinos alemanes en el caribe. Por los años veintes el matrimonio Barbachano Gómez Rul adquirió parte de la hacienda Chichén Itzá. Fue el sabio Morley quien diseñó el lobby del histórico hotel Mayaland, siendo que lo primero que se construyó fueron las casas de paja que hacían las veces de los cuartos del hotel. Morley realizó unos extraordinarios trabajos de reconstrucción de toda la gran ciudad de Chichén. Eduardo Pérez de Heredia, actual director de la zona por el INAH, observa que Morley fundó todo una escuela para la reconstrucción de las ruinas quizás no solo en México sino en todo el mundo. . La pregunta es obligada: ¿Podría ser que los reconstructores hayan preparado el fenómeno de luz? ¿Estaríamos ante el caso de una genial impostura? Eduardo Pérez de Heredia sostiene que: “No existe evidencia de que los mayas contemplaran las sombras de los equinoccios. Una ciudad como Chichén no se hizo para producir sombras”.Algunos piensan que la reconstrucción no pudo haber sido tan exacta como lograr el efecto de una serpiente descendiendo. Sin embargo, es poco objetable que hasta décadas después de la reconstrucción don Feliciano Salazar haya descubierto el juego esplendoroso de la luz y las sombras, el mismo que don Luis Arochi difundió posteriormente. De ser cierta la teoría de que Morley y su brillante equipo, o sus inmediatos sucesores nacionales, hayan creado este efecto no había porque esperar décadas para propalarlo. Se ha dicho, con acierto, que Mr. Weber, el patrocinador del proyecto de las “nuevas maravillas del mundo”, obra en términos cambiarios. Así es, finalmente se trataba de una empresa. Sin embargo ni las sombras sobre las sobras, ni los “botes” sobre los votos, podrán quitarle a Chichén Itzá el seguir siendo una de las maravillas del mundo, título que le otorga todo aquel que la contempla y que a un tiempo debe saber cuánto le debe a Silvanus Morley .