Hijo mayor de un ex seminarista en los tiempos de la persecución religiosa que tuvo un modesto expendio de billetes de lotería. Quizás para Álvaro García Aguilar la vocación nunca se presentó como dilema complejo. Quizás desde niño supo que cumpliría un sino escrito antes de que naciera. Había en su vida alguna versión del Nuevo Testamento, el cumplimiento de una profecía del Plan de la Salvación de Dios. La incertidumbre habrá existido, pero al paso de los años su labor se circunscribió a ser estímulo para una vocación certera.

 

El ministerio del padre García no ha sido fácil. Como Pablo, ha sido el apóstol de los Gentiles; más aun: de los ricos y de los líderes. Ejercicio laborioso: éstos son los que cuestionan, los que afirman y nieguen, los que no aceptan. Pablo fundó la civilización Judeo-Cristiana realizando el primer encuentro entre el helenismo y el cristianismo judío de los primeros tiempos. A pesar de las diferencias violentas que tuvo con Pedro preparó la cátedra de Roma.

 

Los mismos católicos le reprochan a Álvaro García Aguilar no realizar una reconciliación de los líderes sociales con la modernidad, de complacer y no innovar. De mantener a sus fieles con una fe de pantalones cortos que pueden romperse con algunos movimientos. De pretender ser igual y no factor de contradicción que distinga el mensaje de Jesucristo en el festín de la opulencia. Espinoso ministerio el suyo cuando los documentos pastorales de la Iglesia mandan  hacer “una opción preferencial por los pobres” y las Sagradas Escrituras  nos advierten que “es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja a que un rico entre en el Reino de los Cielos”.

 

Entre el doble jaleo: el de los propios y el de los extraños no se pudo, no se ha podido, disminuir la emoción de este hombre por ser imagen de Dios Padre y de Jesucristo El Buen Pastor. El trabajo alegre e infatigable del padre García ha sido la respuesta una y otra vez. Tanto esfuerzo-en momentos tan intenso en ética como en estética- solo ha de provenir de una fe inconmovible, de una certeza a la que se acude un día si y el otro también para proseguir con el esmero con el que lo ha hecho.

 

Álvaro García no solo ha levantado una parroquia, no solo ha fundado una comunidad católica, ha creado una vasta y sólida obra para el fortalecimiento de los valores de la juventud, aportación ésta que le reconocen sus críticos, los unos y los otros: los de adentro y los de afuera. Para todos el padre García Aguilar tiene su eterna sonrisa, la calidez de la reconciliación, quizás la inocencia que prescribe el Evangelio; finalmente la emoción de ser lo que Dios quiere que sea. Tras cuarenta y nueve años de sacerdocio alguien podrá dudar de la fidelidad de don Álvaro a Dios pero no de la de Dios al joven aquel, al “Chino”, a quien un día don Fernando Ruiz Solórzano lo hizo pastor para conducir al Pueblo de Dios  a la Tierra Prometida.