Urge en México hacer una definición de empresario y empresa. Quizás el asunto se complicó a finales de los 80 cuando un grupo de empresarios no ligados al gobierno ejercieron una crítica vigorosa contra ciertas políticas públicas. Ya había empezado la privatización de miles de empresas del sector público, los bancos incluidos, y el gobierno creó una élite de empresarios que se sumaban a los adictos al gobierno, fundándose una casta devota. Crecía la lista de mexicanos entre los más ricos del mundo y el número de pobres también aumentaba en un proceso demencial. En realidad estos hombres de caudales son una versión muy especial de lo que es un empresario. La gran contribución al empleo y al producto interno bruto la hacen los micro, pequeños y medianos empresarios, los que se juegan la vida en el mercado. Existe una clasificación, entre otras tantas, para las micro, pequeñas y medianas empresas. Las microempresas son las que tienen hasta 3 empleados, aun cuando sean familia; las pequeñas empresas , entre 4 y 15 personas; las medianas empresas , entre 16 y 100 personas. Desde marzo de este año la estructura de la microeconomía se quebró en México: las familias ya no compran ni reciben sueldos, rentas, dividendos, etc; y las empresas no venden , ni pagan sueldos ,utilidades , rentas, aunque los impuestos hay que cubrirlos. En un gesto histórico, que causa asombro en el mundo entero, el gobierno federal se ha declarado ajeno a esta destrucción que ha llevado a millones de mexicanos al desempleo y la desesperación. Hubo declaraciones en el sentido de que no se iba a rescatar a nadie como ocurrió en el pasado. Pero gran número de los empresarios son ajenos a esa historia y cualquier otra. Hay una cerrazón desconcertante : el micro y pequeño empresario es el restaurador del equilibrio perdido en la sociedad. En un espléndido trabajo publicado en 1992 Shultz esclarece cómo el empresario en su quehacer logra restituir el equilibrio económico perdido por la causa que fuese. Así pues cualquier plan de reactivación económica y de fomento al empleo tiene dos capítulos: el estímulo de la demanda y el fortalecimiento a los empresarios, no a los grandes traficantes de dinero y contratos gubernamentales sino a los que libran guerras en el mercado. México es quien pide con historias desgarradoras la intervención del gobierno federal. Esta indiferencia ante el drama económico está hundiendo al país en un circulo perverso: no solo no restituye el esquema microeconómico sino que se debilita la recaudación al caer el cobro de impuestos. Es tan claro: esos micro, pequeños y medianos empresarios son los “clientes ” del fisco federal y sus agentes: pagan impuestos y recaudan el IVA. Dejarlos languidecer es lastimar el erario público. Si a esto le añadimos la mala imagen en el extranjero como país que puede recibir inversiones el asunto da para una tragedia mexicana, género que ya debió aparecer en la literatura universal. Se ha cometido un grave error: asumir que las batallas contra el covid se van a ganar en los hospitales cuando es la calle el terreno del combate. Hay que luchar porque la gente use cubre bocas, gel y guarde la sana distancia, esto tendría que hacerlo no solo nuestra fuerza pública sino todo un ejército de civiles que debe estar en las calles dando la batalla . Los organismos empresariales deberían sumarse a esta batalla con recursos y con gente. Cerrar la economía o ponerle restricciones es enfermar doblemente al pueblo que tanto ya está sufriendo. Los gobernantes se enfrentan a un jaque: si no se abre la economía se tienen la culpa; si sigue el contagio , también son culpables. Todos tenemos que cuidar de todos. Y todos tenemos que combatir estos dos males: el físico y el económico. Y como merecen el aplauso de todos los médicos, enfermeros, camilleros, etc; merecen toda nuestra consideración los micro y pequeños empresarios que también se la juegan a diario tratando de restablecer el modelo destruido en los últimos meses.