
María Esther Vázquez dijo de Victoria Ocampo: su destino fue el mundo. Lo mismo se puede decir de Hernán que encuentra sus orígenes en los Chenes, Campeche, y en Yucatán. Hernán era un especialista en literatura inglesa. Pase deliciosas horas hablando con él de Chaucer, de Oscar Wilde, de Chesterton, de Stevenson , de Kipling y de su ensayo sobre Malcom Lorry. Recuerdo una noche en que Juan Villoro, Hernán y yo hablo sobre Juan García Ponce. Solía decirle que las mejores novelas escritas en segunda persona
en lengua castellana son Áurea, de Carlos Fuentes , y Charras de él. Y lo sigo creyendo a pesar de que no estoy de acuerdo con su perspectiva histórica. No menos preciso era mi recelo sobre Península, Península, acerca de la vida de don Justo Sierra. Le hice el reproche de que no incluyo la tentativa de venta de Yucatán a los Estados Unidos durante la Guerra de Castas y la invasión de los norteamericanos a México. Sin embargo el español utilizado en esta novela es esplendoroso. Cuando discutimos este punto llegamos al caso: qué hace la estatua de don Justo en el Paseo Montejo. Mi respuesta fue clara: era un gran literato, padre de la novela histórica en México. Invoque a Hume: cuando me busco nunca estoy en casa, es decir: las ideas cambian, la obra permanece. Hernán no ejercía la crítica moral, la crítica política, quizás hasta lo divertía, finalmente tenía la idea de Hume.Comimos y bebimos con estilo , teníamos presente a Churchill cuando afirmaba que el beber era un asunto de educación. Juan José Ortiz me pidió su contacto porque un hijo suyo quería hacer una serie te TV sobre Península, Península, novela que les parecía brillante. Supe que se había caído y estaba hospitalizado. Preguntaba con frecuencia sobre él y supe que ya estaba en la calidez de su casa. Hoy he sabido de su muerte. Le envío un abrazo a Aida, su viuda, y me consuelo pensando que seguiré dialogando con él mediante sus libros.