Esquinas de Mérida. Por Jorge H. Álvarez Rendón
-Ahora sólo es un solar con una casa de madera y techos de huano. La albarrada, como puede ver, está en buen estado y a tres cuadras tiene la plazuela de San Sebastián.
-Cuanto seria lo menos…
-650 pesos. Puede usted pagar 400 ahora y el restante en dos meses. Don Genaro está de acuerdo. Si le parece bien mañana temprano nos vemos en el bufete del lic. García.
-De acuerdo, Le agradezco su amabilidad.
En aquel año de 1906, después de quince de llegar de su nativa Tunkas, José Camilo Mendoza Sánchez había logrado reunir un pequeño capital con sus ahorros como tablajero en la antigua y bulliciosa “placita” de la calle 65, donde habia comenzado gracias a la ayuda del Kuxhaaz Castillo.
Recién casado con la sencilla y trabajadora Maria Cruz Basto, tenia la esperanza de establecerse con una tienda de abarrotes, ocupación sencilla y no muy absorbente, adecuada para la resistencia de un hombre aquejado de diabetes. Invirtió, pues, en la adecuación del inmueble y cuando llegó el momento de ponerle un nombre al negocio familiar recordó un detalle del entorno.
Las albarradas de su propio solar y los vecinos estaban perfumadas con numerosos árboles de flor de mayo, cuyo aroma bendecía la zona. ¿Cual mejor nombre para la flamante tienda que el de aquella tan típica y extendida hermosura?
Solo cinco años de felicidad le concedió la Divinidad a don José Camilo al frente de su pequeño negocio. A principios de 1911 dejó de existir dejando una hija –Maria de la Luz- y una viuda que intentó vanamente conservar la tienda. Para evitar la quiebra total, se dedicó a la venta de antojitos en la puerta del cine Hidalgo, en la calle 60 entre 73 y 75, pero como el negocio no prosperaba se trasladó a la plazuela de la Ermita.
Fue hasta 1914 que doña Maria instala su venta en su propio domicilio, ahí donde había funcionado la miscelánea de su difunto esposo. Coloca dos mesas redondas de tosca madera con sus respectivos bancos y ahí
recibe, solo por las noches, a los clientes que van aumentando atraídos por la sabrosura de panuchos y salbutes acompañados por chocolate batido en el sitio.
Para el ascenso de la fonda “La flor de mayo” tuvo mucho que ver el apoyo del gral. Salvador Alvarado, sumamente agradecido porque, cuando sus tropas entraron a Mérida en marzo de 1915, doña Maria alojó y alimentó en su solar a una fracción de la soldadesca, la que mandaba el general Jara.
Alvarado inauguró una tradición: que los gobernadores de Yucatán comiesen antojitos en el popular ambiente de “La flor de mayo”, lo mismo Felipe Carrillo Puerto, en 1921, que Agustín Franco Aguilar cuarenta años mas tarde. Ciertamente, las décadas pasaron y la fonda mantuvo sus mesas rusticas y su menú. Era imposible pedir refrescos embotellados o cualquier comida que no fuese la tradicional yucateca. En ese punto, la propietaria era estricta. Deseaba que el ambiente original no se esfumara.
A esta fonda acudieron personalidades como don José Esquivel Pren, Arturo de Córdova, Luis Rosado Vega, Daniel “El Chino” Herrera y Carlos Castillo Peraza.
Doña Maria falleció en 1965 a los 92 años, pero su hija Maria de la Luz conservó el negocio familiar hasta su propia muerte en 1971. No obstante, la memoria de aquella típica fonda se mantiene en el aromático nombre de la esquina.