LA COLONIA FRANCISCO DE MONTEJO
La ciudad se define en las calles que dan un testimonio incorrupto. En el poniente de nuestro mapa urbano se distingue una gran colonia que es todo un signo en la Mérida contemporánea. El nombre es ya una declaración: Francisco de Montejo. En sus avenidas de tres carriles puede encontrarse de todo: franquicias, bancos, escuelas, tiendas de conveniencia y de inconveniencia. Las hamburguesas, la comida italiana, la china y hasta un simpático restaurante llamado “Los Harbanos”, especializado en tacos árabes, se disputan el mercado. En las calles perpendiculares abundan los negocios caseros de toda clase. Es un placer leer los anuncios en los pequeños establecimientos y en las puertas de las casas. Parcialmente ciertas son las afirmaciones que aseguran que en la colonia hay un asiento del inmigrantes de otras regiones de la república, como lo fuera , en las primeras horas de la ciudad, el legendario San Cristóbal donde don Francisco de Montejo ubicó a los indígenas del altiplano que vinieron con él a conquistar Yucatán. Sin bien es cierto la oferta gastronómica nos advierte de la inmigración no es menos cierto que también hay propuestas locales. Un establecimiento llamado “El Chilango Gaucho” ofrece “choripan” y empanadas argentinas y en las cercanías se propone birria, pozole, tacos dorados, sopes, tlacoyos y garnachas entre otras especialidades. Entre fogones y merenderos se ofertan quesadillas de flor de calabaza, huitlacoche, chicharrón en salsa roja, rajas con crema y papa con chorizo. Una señora joven , vistosa y bien puesta vendía “tacos de canasta”. Otro letrero anunciaba un menú a base de “pancita”-nuestro ancestral mondongo-, tinga, chiles rellenos, tacos de suadero, de maciza, de ojos, de lengua y otras especialidades entre las cuales destacaban las “carnitas estilo Michoacán”. A mayor abundamiento una pequeña fonda se hacer llamar con el multisecular nombre de “Tacuba”. Finalmente, pude contemplar la audacia de un cartel a colores que pregonaba “panuchos de Kanasín”, en otro local se proponían los “antojitos regionales del chino” y en no pocas casas, con desemejantes diseños, se publicitaban tacos de cochinita y de lechón para los domingos.
Un caso interesante: en un domicilio se ofertaban “gelatinas artísticas”. Inclusive, en medio de tanta oferta educativa, en una casa se manifestaba el inicio de los cursos de “comida española y regional”. Los centros de capacitación son abundantes: desde los oficiales, hasta un pequeño jardín de niños con el poético nombre de “Semillas del Mayab”. En un domicilio un letrero dice: “Ilusión en tus manos. Clases de pintura sobre tela, pasta flexible, bordado de cinta, filigrana, repujado, velas y jabón”. Asimismo en una casa alineada a la calle un letrero más formal anunciaba: “Asesores profesionales. Casa habitación. Autofinanciamientos. Asesoría legal”. Las clases de inglés, de danza, de jazz, de tango, expresión corporal, de judo y karate en distintos tonos se brindan con profusión , sin prescindir de las clases de computación y un “Instituto para Crecer”. Caso especial lo constituye una escuela de masajes y “manipulación” que ofrece el título de “quiromasoterapeuta”, supongo que será algo así como los solicitados kashbaques, hoy en vía de extinción. Con un letrero riguroso se anunciaba una Clínica de “Salud Mental” que aparentemente se llama “Terranova”. En una casa se daba una “venta de garage” en la cual se ofrecían, entre otras curiosidades, una máquina de escribir eléctrica y otra marca Olimpia, posiblemente como dos antigüedades dignas de colección. Advertí la existencia de dos casas de empeño, una lleva el inocente nombre de “La Buena Fe”, que a su vez son de remate de lo dejado en prenda y no redimido. Menudean los letreros que avisan las existencias de “novedades”, término que se explicaba cuando los barcos no llegaban con frecuencia pero que ahora carece de significado. En una casa se notifica, a más de “novedades”, “regalos, juguetes, bisutería, bolsas para dama …y lo demás aparte”. Me abstuve de averiguaciones: la prudencia induce al comedimiento. Otro rótulo cautivador es el que publica que en esa casa “Se hacen manualidades en fieltro para toda ocasión”. En la pared de una casa, casi como súplica, se advierte: “Nuestra casa no es basurero”. Un cartelón esclarecía que “Las Pupusas” se encontraba ya en la calle 50-una de las avenidas principales-, empero no pude ubicarlas. En calle 54 con 39 E un letrero participaba “Vendo carretas para jardín” y en otro se notificaba “Cuidado intenso de los pies. Atención de micosis”. Quizás no podía faltar la casa que comprara “ropa usada de la familia, juguetes y trastes. Todo en buen estado”. En medio de las amplias avenidas y el aire y la luz de la colonia no deja de intrigarme la arquitectura de las casas grandes y las pequeñas. Las ventanas multiformes, los “ojos de buey”, los remates en forma de campanario, las casas alineadas a la calle con rejas de material forjado que evocan la
arquitectura francesa de finales del XIX, la imitación de tejas y vigas de madera, la presencia de la piedra que algo tiene que ver con el estilo “Regional Yucateco”. Pero dignos de un amplio estudio son los colores: los mostazas mezclados con azules intensos, los rojos alegres en distintas tonalidades, los amarillos encendidos y hasta un morado puro que se protestaba en unas columnas con cuadros blancos. Todo en ese universo que es la colonia Francisco de Montejo.
PIE DE PAGINA: El político que propone desde el rencor y la venganza es amenaza pública.