Estas dos visiones del llamado Ateneo Peninsular revelan una ciudad muy distinta. En una se aprecia la presencia de vehículos que se estacionaban en la Plaza Principal, práctica totalmente desterrada. La prevalencia de los nombres es caprichosa: más tiempo se le llamó a este edificio El Palacio Arzobispal; El Gral. Salvador Alvarado quiso hacer en él un ateneo que nunca funcionó, sin embargo lleva ese nombre. Los edificios denuncian: el general revolucionario quería exaltar lo nacional, pero acabó con una fachada colonial para imponer una de estirpe francesa. Lo moderno y culto parecía venir de lo extranjero para don Salvador y sus huestes.
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