Durante la Colonia las iglesias se pintaban de rojo. Esta práctica prevalece, algunos templos todavía están pintados de ese color: Monjas, Itzimná, Santa Ana, la capilla de Nuestra Señora del Rosario, Candelaria y Santa Lucía, entre otros. De pronto en Europa se  puso de moda no pintar las iglesias. Esa moda se copió y dejamos de recubrir los templos. Lo curioso es que hay unos que se siguen pintando y otros que no. El clima se ha pervertido y las ciudades complicado. El humo de los automóviles y el calor mismo están dañando las fachadas de los templos, porque la pintura no solo es estética sino que tiene un efecto protector. Cierto es que en algunos casos los augustos y multiseculares templos han sido profanados con taquetes para que de ellos cuelguen pendones que proclaman tal o cual evento. Esto a parte del mal gusto también lastima nuestro valioso patrimonio sin que las autoridades civiles y eclesiásticas  hagan algo al respeto. Convendría formar un grupo, se ha hecho antes, para estudiar la situación y encontrar la manera de proteger los edificios coloniales que tanto nos dicen de nosotros mismos.