Freud propuso que Moisés  no era judío pero si era devoto de la religión que creía en un solo dios: Ignaton, es decir: el dios sol. Fue  Moisés, según Freud, quien indujo a los judíos al monoteísmo. El dios único es una necesidad del imperio: un solo Dios que sustituya a todos los diferentes dioses de los dominios. Algo similar sucedió con la Conquista de México. Pero he aquí que los hebreos asumieron que ese dios no estaba vinculado a ninguna fuerza de la naturaleza: nadie lo podía ver, ni nombrar. Se dicen Adonai, que es como decir “El señor”. Esto expresa un pensamiento abstracto, una capacidad de razonar muy especial; asimismo el pueblo hebreo estableció que ese dios lo había escogido y había realizado una alianza con él. Si la inteligencia es hija de la autoestima los judíos son realmente geniales. Apenas hay que decir que las grandes transformaciones del siglos XX son obra de tres judíos: Marx, Freud y Einstein. Por eso me parece fascinante que una mujer, miembro de una familia judía inmigrante de europea oriental, vaya en busca de su  identidad. Mujer, judía  mexicana y escritora es una combinación más que cautivadora.  Por eso nos remitirnos a Las Genealogías, narración autobiográfica que  podrá ayudarnos a aproximarnos a Margo Glantz, en persona y en obra. Lo primero que uno advierte es qué no debería haber la necesidad de encontrarse en una ciudad cristiana como la Ciudad de México de mediados del siglo XX, el cristianismo es una versión del judaísmo. Dicho esto hay que hacer algunas acotaciones: en medio de los templos barrocos del centro de la Ciudad de México, de los santos y de la vírgenes  tan patrocinados por la contrarreforma, la navidad y su arbolito luterano y el impostor Santa Claus,  es difícil encontrar a un judío como lo fue Cristo, que finalmente nos llega como producto de la literatura. Pablo, el fundador de nuestra civilización, para convertir a los goym en cristianos alejó a Cristo de los judíos, de ahí nace el mito de Pilatos lavándose las manos y otros tantos mitos mediterráneos ajenos a Israel. Me parece seductor que  busque sus raíces judías la hija de Jacobo Glantz , el poeta del yidish, esa lengua maravillosa cultivada por más de mil años en Europa central y que fue otra víctima más de la guerra y sus crueldades. Di Quincey dice que la historia es imposible: son tantos los hechos que muchos quedan ocultos y alguno de ellos puede cambiar todo el sentido, por lo tanto no se puede hacer historia sin correr grandes riesgos. Algo más grave ocurre con un texto autobiográfico: los hechos no son como son, sino como los recordamos y después como los contamos. Pero eso importa poco en Margo Glantz.

En la prosa de Margo Glantz se advierte el uso perfecto de algunas técnicas narrativas: el narrador, los tiempos de la narración, las mudas (los diálogos son espléndidos, de una gran maestría), las cajas chinas y si se me es permitido hasta los planos de la realidad. Azorín dijo: “escribe prosa correcta, prosa castiza, el literato, pero esa prosa no vale nada sin las alcamonías de la ironía, el humor y la intención feliz”; esta regla de oro la observa con excelsitud Margo que reboza de humor, de buen humor. Octavio Paz definió al hombre como un ser que ríe, nada hay más humano que la risa.

La prosa romántica del siglo XVIII era una prosa frondosa, saturada de sí misma: abundancia de verbos en distintos tiempos, complementos larguísimos y metáforas insufribles.  Cierto, en ese tiempo se asumió que al mundo lo regía una ley universal: el sonido de las olas reventado en un acantilado tenía que ver con cierto estado de ánimo de los hombres, los colores por lo consiguiente: el rojo era la pasión y el blanco la pureza. Gracián ya había dicho que el concepto poético se lograba encontrando la conexión entre opuestos, esto se trasladó a la prosa, vuelvo a Paz que calificó a Sor Juana como la poeta “del delirio racional”. Patrocinado por Quevedo posiblemente fue Borges quien despojó a la prosa en lengua castellana de toda esa “vana palabrería”, como dijera Juan José Arreola. Borges aportó algo más: la manera de adjetivar; el adjetivo se convirtió en el anfitrión de la idea o de la intención, en el protagonista de la oración. Se dice que solo el que aprende adjetivar es escritor. Si Margo dice “techos altos”, Octavio Paz hubiera dicho: “techos crepusculares”; Borges: “arduos techos” o quizás “hondos techos” y Alfonso Reyes: “desmesuradas bóvedas”, por aquello de que don Alfonso era helenista, y la mesura es el supremo valor de los griegos.  Margo va más lejos y logra la transparencia, para decirlo en el lenguaje de mi tierra: “es un ojo de agua en el mar”. Me parece que esta es otra regla de la narrativa que debe sumarse a las que consagró don Miguel de Cervantes y Saavedra: transparencia. No sé si sea venturoso decir que es la ostentación suprema que proviene de la sencillez absoluta. Margo nos hace pensar que cada letra de más desafía a la narración, la perturba, le introduce un ruido peligroso. Puede ser una de las reglas básicas de la narrativa: ninguna sílaba sin que aporte al texto.  En Margo se aprecia otra regla clásica, tampoco consignada en El Quijote, la eufonía. Sin dudas se escribe con el oído: si suena bien, está bien. Nadie lo ha mostrado en nuestra lengua mejor que Octavio Paz: en él la verdad no es asunto de ética sino de estética, por eso se le ha llamado “El hechicero de la palabra”. André Gide  dijo: “haz una frase bella y una idea más bella vendrá a alojarse en ella”. Si el propósito central de una narración es persuadir el sonido de las palabras es el gran instrumento. Si la narración persuade la obra puede aspirar a cumplir su fin último: revelar un misterio del universo. Transparencia (dicho de una manera: ligereza narrativa), Intención Feliz y Ritmo es lo que se viene a sumar a la prosa de Glantz, ya lograda con la artesanía clásica, para hacerla irresistible. A pesar de los siglos ha costado trabajo aceptar que es la artesanía literaria lo que logra el que una obra pueda ser leída. Mario Vargas Llosa carece de una prosa estética, pero es el gran artesano literario de nuestra lengua, maneja como nadie las técnicas narrativas. Comento: Neé Jitrik me dijo una vez: “no debe decirse artesanía sino experiencia literaria”. Pero en realidad se trata de aplicar un conjunto de técnicas para lograr el cometido, ni el tema, ni la forma misma importan tanto, importa la pericia para usar un conjunto de mecanismos que hacen posible una narración. Quizás la prosa del siglo XXI vaya más lejos y logre una oralidad estructurada, el hombre primero hablo y después escribió, de suyo lo que leemos lo convertimos en palabra hablada en nuestra mente. Se escribe para pretender que lo hablado perdure. Lograr esa prosa no va ser fácil. Otra técnica en ciernes: los vacíos, es decir: dejar en la narración espacios para el lector. Ya lo advertimos en Glantz, quien al fragmentar permite que el lector intervenga en el texto. Las aportaciones de Margo Glantz en su obra nos hacen decir con vigorosa ingenuidad: “Ya no sos más Margo, ahora sos nuestra Margarita”.