Comentarios de Gonzalo Navarrete Muñoz acerca del libro.

Alma Reed "la peregrina" y Felipe carrillo Puerto

Alma Reed y Felipe Carrillo Puerto

Esta historia, que ya como libro me llegó gracias a la generosidad de mi entrañable amiga Sarita Poot Herrera, no está exenta del misterio y la fascinación que envolvió la relación de Alma Reed y Felipa Carrillo Puerto. Quizás ambos han guardado por sí mismo sus propio caudal de enigmas seductores. Fue Michael K Schuessler quien de manera no menos exótica recuperó la autobiografía de Alma Reed.
Michel había visitado la ciudad de Mérida, hospedándose en el Gran Hotel. Don Eusebio, el recepcionista, le advirtió que la suite que ocuparía había sido la utilizada por Fidel Castro Ruz, cuando estuvo en la ciudad por las especulaciones de su causa. don Eusebio se extendió con otros nombres de visitantes distinguidos y entre ellos mencionó a Alma Reed. Schuessler no ocultó su ignorancia y don Eusebio esbozó la historia de amor de la “gringuita” con Carrillo Puerto, “el mártir del proletariado nacional”. Y fue más lejos: entonó la canción que inmortalizó esos amores, “Peregrina”. Michael quedó cautivado por la historia y la persona de Alma. Su trabajo sobre Guadalupe Amor y sobre Elena Poniatowska le mostraban un México en el cual podía resplandecer una figura como Alma Reed. Tras otro viaje realizado a Yucatán Michael inicia sus investigaciones sobre la sugestiva “Peregrina”. Fue la señora Lissete Parodi, natural de Polonia y casada con un italiano, quien le habló al investigador del señor Richard Posner, vecino suyo en un edificio de la calla Melchor Ocampo de la colonia Cuauhtémoc de la ciudad de México y quien fuer íntimo amigo de Alma. Se había dado el hallazgo de una figura importante para los intereses de Schessler. Poco antes de su muerte, un tanto repentina, Alma le había dicho en tono de confidencia a Posner “Dick (así lo llamaba de cariño) no me arrepiento de nada de lo que he escrito, ni siquiera de la cosas que nunca publiqué…”. Joe Nash otro amigo y protector de Alma en los últimos años de su vida –quien pagó los costos de la funeraria para poder rescatar la cenizas de la “Peregria” y las reguardó durante más de un año en us propia casa– cuenta que Alma la confesó a un compañero reportero que el manuscrito de sus memorias se encontraba en su departamento. Esta confesión se realizó el jueves 19 de noviembre de 1966. Alma esperaba salir del hospital el viernes 20 y enviar al editor el lunes siguiente el texto ya corregido de sus autobiografía. Pero las intensiones no llegaron a buen término: Alma Reed murió el 20 de noviembre, día en que México festeja el incoo de la Revolución. Fue el buen amigo Posner quien rescató algunas de las pertenencias del departamento de Alma en la calle de Río Elba número 53 de la ciudad de México. El destino de lo resguardado fue el departamento de Posner y ahí, décadas después, en un sabucan de henequén encontró Schuessler el original de la autobiografía de una mujer fascinante de la historia del siglo XX mexicano. pero esta historia podría no estar a al altura de las circunstancias, la falta un elemento que se dio exactamente: la existencia de una copia que conservaba la señora Rosa Lie Johansson, pintora de origen sueco y quien viviera con Alma los últimos años de su vida.
Cuando las copias fueron cotejadas se descubrió que l texto de Ponser le faltaba los últimos tres capítulos y la razón por los cuales Rosa Lie los tenía era porque ya estaban corregidos. Otro dato asombroso: la correctora fue Ethel Turner, la viuda de John Kenneth Turner el autor de “México Bárbaro”. No cabe duda: al destino le gustan algunas formas de recurrencias. Pero aunque Crown Publisher de Nueva York había rechazado el texto por su poca universalidad, existía un cineasta, Budd Schulberg, quien estaba en disposición de lavar la historia a la pantalla. Inclusive se sostiene que le entregó unos anticipos a Alma por la historia.
Finalmente con un prólogo de Elena Poniatowska y un estudio preliminar del propio Schuessler sale a la luz este documento que supo esperar pacientemente en su sabucán, cubierto de sábanas y almohadas avejentadas, que la voluntad generosa de un investigador lo recuperara para confirmar que la historia no es más que un conjunto de enmiendas que se suceden unas a otras.

Continúa con UNA AUTOBIOGRAFÍA DE ALMA REED: LAS VEREDAS Y EL BOSQUE (Próximamente)