En relación a la polémica sobre la controvertida estatua de los Montejo me tomo el atrevimiento de hacer algunas observaciones:
El cronista Jorge Alvarez Rendón redactó íntegro un remitido que firmamos. Nuestro propósito fue claro. La administración municipal anterior obró con poca sensibilidad al erigir el monumento sin el consenso de la comunidad. Se puede comprender el porqué algunos grupos sienten que la autoridad ejerció una suerte de derecho de pernada para plantar la estatua. Ningún argumento justifica la ligereza del proceder oficial. No siendo importante para la vida de la ciudad, tan urgida en otros renglones, propusimos su prudente reubicación.
Era inevitable que lo que no se hizo antes se diera después con la tensión adicional. En el debate las ideas se han sustituido con proyectiles para descalabrar adversarios. Si violento es hablar de “aplastar”, no menos violento es invocar a “buenas familias”, “descendencia de conquistadores” y razones “de raza”.
No se les puede reprochar a los sectores de la sociedad que ven a los Montejo lejos de la lengua castellana y la civilización judeocristiana que la hispanidad aportó a la nueva raza. Por el contario, se ve a los dos señores de marras más cerca de la dominación violenta, la opresión, el saqueo y la injusticia. Esto sin negar lo que nos dejaron sus empeños fundacionales. Cierto, la justificación moral de la Conquista fue la Evangelización. Sin embargo para personajes como los Montejo era un argumento poco eficiente. Confiaban más en el que usan los agresores de todos tiempos: la fuerza.
Quizás lo procedente sería que alguna institución promoviera un debate sobre el tema. Así se podría estimular el que prevalezcan las ideas y no los guijarros. Los que están a favor de permanezca la estatua en el sitio en que fue plantada podrán exponer sus argumentos históricos y estéticos. Los que están en contra podrán hacer lo mismo. Al final se podrá hacer una memoria que prevalecerá independiente al destino de la impugnada estatua.
Al obrar así se lograría un valioso precedente de civilidad para ocasiones futuras e , inclusive, para revisar las estatuas que existen en la ciudad y que abundan en paradojas.