TODOS SOMOS CHARLY Y PANDA.

 

El costo de la vida es el dolor. Y el sufrimiento solo se supera soportándolo. Escribo estas líneas con dolor y si me descuido hasta con lágrimas. Dos entrañables amigos de la infancia se han ido de este mundo. Carlos García Peniche, Charly, se contagió de esa enfermedad que define estos meses de luto para la humanidad. Cuando se supo la noticia todos los compañeros de la Generación 65-77 del Colegio Montejo hicimos un grupo: “Todos somos Charly”. Se hicieron rondas de oración para que se recuperara. Creo que mi Charly querido hizo 50 días en la clínica y yo personalmente pensaba varias veces en él a diario. Confiaba en que toda su vida de gran deportista lo salvaría junto con nuestras oraciones. Una confesión: varias veces hablaba a un médico que me podía dar informes de mi amigo. La pregunta era la misma: “¿Está sufriendo?”. La respuesta: la de siempre, “No”. Sospecho que impacienté al doctor que en alguna ocasión me dijo: “El que sufre eres tu. ¡Ya cálmate ¡” Tenía toda la razón. Charly había perdido a su único hijo y siempre pensé que el alma se le había astillado. Me conmovía mucho que estuviera atravesado por tubos que eran dolorosos  conjuros contra la muerte. Hace unos días amanecimos con la noticia de la partida de otro amigo de toda la vida: Raúl López Campos, El Panda. Con Charly y Panda vivíamos  el encanto de la inocencia en pantalones cortos. Caso especial fue el de Panda, sus hermanos, los míos, todos éramos muy cercanos en la niñez.  Sucumbimos al embrujo de pensar que los pantalones largos nos hacían mejores. Ya teníamos una estela de confesiones, complicidades, carcajadas, llantos, trompadas, pero con Charly y Panda pleitos nunca. Jamás ninguno de los dos provocó o respondió a provocación alguna. Transitamos la adolescencia y asistimos al amanecer de nuestro mundo. Los primeros tragos, las primeras enamoradas y aquellas nobilísimas discusiones sobre una vida que se nos anunciaba. Al futuro se llega por el pasado. Hemos sido amigos toda la vida. La amistad no es como el amor, no requiere frecuencia. Podíamos vernos tras años y conversar como si nos hubiéramos visto la víspera, este es uno de los placeres más sencillos y grandes: conversar con los viejos amigos.  Hay un misterio en la historia de la humanidad: hay hombres que parten pero que cuyo corazón sigue latiendo en los corazones de otros hombres. Hoy quisiéramos decirle a doña Lía Campos de López y a doña Enna Peniche de García que todos somos Charly y Panda y que en nuestros corazones seguirán latiendo ellos.