Los santos han perdido la magnitud que tuvieron en otra época. Ya nadie invoca a San Antonio de Padua para los males de la lengua, quizás ni los solteros acudan al venerable santo para resolver su situación afectiva; nadie le hace novenas a San Artemio Mártir para la curación de las fracturas con heridas; no se le reza con devoción a Santa Bárbara Doncella, ni en las centellas ni para tener hijos con pelo rizado como se hacía en siglos pasados; no se solicitan los buenos oficios de San Bertino para las úlceras ni los de Santa Clara de Montefalco para los males hepáticos. El avance de la medicina y los héroes de los cómics han afectado la demanda de los santos. Batman, El Hombre Araña y Superman hacen tal clase de prodigios que palidecen los milagros de nuestros venerados santos. Entre las Vírgenes y santos de la ciudad ocupan un sitial superior: San Ildefonso de Toledo, San Bernabé y Nuestra Señora del Rosario. Los tres vinculados a la guerra contra los mayas. La ciudad fue consagrada a San Ildefonso por la entrada, un 23 de enero de 1542, del gran aliado de los españoles: el cacique maya Tutul Xiu. San Bernabé , tan cercano a Pablo de Tarso, fue nombrado protector de la ciudad un 11 de junio de 1542, día en que los españoles vencieron al indomable cacique maya Nachi Cocom cuyo nombre se le puso un tiempo al Paseo de Montejo, quizás sea hasta la fecha el nombre oficial de la principal avenida de la ciudad. Nuestra Señora del Rosario también fue nombrada protectora. Se dice que la Virgen se le apareció a Santo Domingo de Guzmán en una capilla del monasterio de Prouihe, en Francia, en el año de Gracia del Señor de 1208. La Vírgen le enseñó a rezar el rosario que llevaba en la mano. El santo se los enseñó a rezar a los soldados de su amigo Simón IV de Montfort antes de la batalla de Muret. A la Vírgen del Rosario se le atribuyó el triunfo. Otro tanto ocurrió en la batalla de Lepanto donde la Virgen fue determinante para derrotar a los moros, de ahí que su día sea el 7 de octubre en que se conmemora la legendaria batalla en la que perdió un brazo Miguel de Cervantes y Savedra. Desde entonces se le considera la “patrona de la batallas” y “la protectora de la cristiandad”. Los españoles necesitaban a la Virgen del Rosario para  ganar las batallas contra los indios, que era, al mismo tiempo, batallas de la cristiandad contra la herejía. De ahí que hasta la pacífica Virgen la metieran en sus ánimos bélicos. Este ardimiento beligerante duró siglos y en algo nos ha llegado al siglo XXI. LA división y el enfrentamiento entre las castas es una constante de nuestro pueblo. El considerar que unos tienen la razón y que Dios, la Virgen y los santos están de su lado no contribuye a disolver para siempre ese signo belicoso que nos ha acompañado por siglos.

Autor: Gonzalo Navarrete Muñoz

Tomado de la edición del 8 de octubre de 2013 del Diario de Yucatán.