Al oriente de la ciudad se fundó un pueblo que Don Francisco de Montejo, El Mozo, quiso destinar para siento de los indígenas azcapotzalcas que lo acompañaron en la conquista de Yucatán. Se le dio por nombre San Cristóbal.

Por su antiguo origen San Cristóbal es uno de los rumbos de la ciudad con más identidad y, desde luego, con más sabor. En el año de 1756 se acordó la construcción del templo que, dependiente de la parroquia del convento de San Francisco que se encontraba en la fortaleza de San Benito, se consagraría a Santa María de Guadalupe. Gesto revelador de la Génesis de la nueva nación que se encuentra a sí misma en la figura, la imagen y el nombre de la virgen mexicana. Sin embargo, no es sino hasta el Jueves Santo del año de 1797, siendo gobernador y capitán general del provincia el célebre mariscal de campo Don Arturo O’Neill y O’Kelly, que se pone al servicio del pueblo el templo.

La ciudad crecía, sin embargo, era difícil el tránsito de la Mejorada a San Cristobal a causa de un elevado cerro, por el cual a este tramo de la hoy calle 50 se la llamaba «La Calle del Imposible». Se dice que éste era uno de los cinco cerros que encontraron los conquistadores y que en su elevada cima existió un tempo maya en que se le rendía culto a «h-chan-can o «h-chun-caah», empero los españoles lo empezaron a llamar el cerro de San Antonio de donde se derivó el nombre de San Antón.

Fue en el año de 1801 que Don Benito Pérez Valdelomar derribó el cerro, abriéndose lo que sería uno de las calles más dinámicas de la ciudad, de este hecho da cuenta la inscripción en un lápida incrustada en el predio ubicado en el cruzamiento de las calles 50 y 67. «Calle del Imposible y Cebencio»(Sic), junto a ella existen tres piedras rectangulares, una con el ángel del al Fama grabado y las otras con varias citas latinas cuyas traducciones son: «creció también la fama de s nombre y volaba por la boca de todos»- Esther. «H aquí esta piedra que os servirá de testimonio»-Josué. Par perpetua memoria / de Pérez Valdelomar/ cuya vida es transitoria / aún las piedras han de hablar / de su nombre, fama y gloria».

Las piedras han de hablar para el que sepa entender de las historias de esfuerzo y trabajo que en el rumbo de San Cristóbal fueron forjadas por los antiguos habitantes y por los inmigrantes libaneses que fincaron sus residencias y personales y las de sus negocios en el rumbo; hablarán también de todo aquello que aconteció en la plazuela y en sus calles adyacentes desde antes de 1903 en que fueron adoquinadas. Así lo hace la placa de mármol empotrada en el predio número 440 de la calle 69 en su cruce con la 50, en la que fuera casa del ilustre jurista yucateco Don Manuel Crescencio García Rejón y Alcalá, creador del juicio de amparo. Así pretendió dejarse testimonio del nombre del parque, en una piedra de Ticul, que se encuentra sobre el monumento alusivo , se puede leer: «A la memoria del ilustre yucateco Joaquín García Rejón», sin embargo al parque se le sigue llamando como se le llamaba a la antigua plazuela.

Destino común de los próceres a los que quiere honrar en sitios cuyos nombres originales ha consagrado: prevalecen las efigies o las estatuas para las ceremonias oficiales pero la mención cotidiana sigue usando el multisecular nombre.

En la inscripción de una piedra simbólica se guarda memoria de uno de los sacerdotes más célebres de la historia de Yucatán, Don Crescencio A. Cruz, párroco de san Cristobal, fundador de la juventud católica y de la A.C J.M., impulsor de las cajas de ahorro de tanta tradición en el rumbo y que, felizmente, se ha extendido por todo Yucatán a través del sistema Coopera. El padre cruz fue un hombre inteligente y un predicador brillante que dejó huella en todos aquellos que lo conocieron. Evocando al padre Cruz y algún vicario suyo , como el Padre Escalante Marín, se podrán evocar las sesiones sabatinas de catecismo que formaban parte de la vida de los niños y niñas de muchos de los habitantes del rumbo.

Por los significativo de la población de origen árabe de San Cristobal la sociedad maronita que presidía Don Salvador Saide solicitó y obtuvo en el año de 1902, el consentimiento para que en el antiguo templo se celebraran servicios de culto de acuerdo al rito maronita, para lo cual llegó a Mérida el presbítero Don Jorge Chade. Por eso posiblemente San Cristóbal es el único rumbo de cinco culturas que existe en la ciudad de Mérida: la maya, la hispana, la mexica, la mestiza y la árabe. Por San Cristóbal entraron a todo Yucatán, en tiempos distintos, dos instituciones de la gastronomía actual de nuestro pueblo: la tortilla y el kibi, la primera gracias a los mexicas y el segundo a los árabes.

El cine del suburbio, «El Salón Esmeralda» con su famosa banda, colman varias páginas de la historia de nuestra ciudad. Cercano a la estación de ferrocarriles, al mercado y a la zona comercial fue, y sigue siendo, paso usual de muchos yucatecos; entre ellos siempre se destacarán aquellos que viven al margen de la publicidad pero que han oído por generaciones el nombre se San Cristóbal como referencia para una tienda de ropa, de abarrotes, para una farmacia o para una papelería.

Se dice que desde mediados de la década de los treintas, en el segundo período del padre Cruz como párroco, se inició la tradición de las serenatas a la Santísima Virgen de Guadalupe en la víspera del 12 de Diciembre, tradición que convoca a todo el pueblo de Yucatán a uno de los templos más significativos de nuestra ciudad, a su plazoleta, a sus calles, donde, como apariciones, surgen centenarios marcas de piedra, de esa que San Cristóbal habla de sus vecinos y de sus historias y al hacerlo habla de todo Yucatán.