Los Mlch, entre otras características asombrosas, poseen un idioma aparentemente simple en su construcción, por su brevedad y la ausencia de vocales, pero complejo precisamente por su funcionalidad.
Cada palabra monosilábica corresponde a una idea general. Ejemplos: la palabra nrz sugiere la dispersión o las manchas, pero también puede significar el cielo estrellado, un leopardo, una bandada de aves, la viruela, lo salpicado, el acto de derramar o la fuga que sigue a la derrota; por su parte, hrl puede indicar lo apretado o lo denso, puede significar la tribu, un tronco, una piedra, un montón de piedras, el hecho de apilarlas, un congreso de hechiceros, la unión carnal y un bosque.
Estos indicios los tenemos gracias al misionero cristiano David Brodie, quien ejerció su ministerio en África y en las regiones selváticas de Brasil y cuyo manuscrito descriptivo fue hallado en un ejemplar del primer volumen de Las Mil y Una Noches (Londres, 1839) que Paulino Keins le obsequió a Jorge Luis Borges.
Debo transmitir al lector la advertencia que Octavio Paz nos hace sobre Borges: suple la información con la imaginación. Cumplida esta prevención paso a la esencia de este texto.
Parece que nos encontramos en los albores de una transformación radical del español, que posiblemente nos acerque al idioma de los Yahoos. En los mensajes por telefonía celular y en el sospechoso «chat» los jovencitos contemporáneos han iniciado la insurgencia. No se debe omitir un rasgo del cambio, la autoridad democrática ha hecho suya la revolución, si es que así puede llamársele: ya se exhibe en los letreros oficiales.
Hoy son expresiones comunes : «Komo tas», por ¿cómo estás?; «k kuentas», por ¿qué cuentas?; «pss naa», por pues, nada; «oie vas a ir a l entrenamiento», por ¿Oye, vas a ir al entrenamiento?; «no pk», por no, ¿por qué?; «naa +», por nada más; «gusta Fer», por ¿te gusta Fer?; «markam a mi cl», por márcame a mi celular.
Podrá decirse, y no sin razón, que toda generación crea su propio argot, el cual puede dejarnos algunos neologismos o puede resultar pasajero.
Sin embargo, incontrovertible es que el idioma es algo vivo y como tal se transforma. Más aún, un signo inequívoco de las transformaciones de los pueblos es el cambio en el idioma.
Hace unos días, en una larga conversación con el maestro Noé Jitrik hablé de la técnica narrativa y él, con la elegancia propia de su genio, me observó que la técnica suponía la existencia de instrumentos, y que era mejor hablar de experiencia. En realidad el idioma es eso: compartir experiencias pasadas y presentes.
No deja de ser sorprendente: vivimos un tiempo que desafía la milenaria sentencia de Mahoma y la montaña, aunque la Internet no sólo nos trae la montaña, sino la cordillera entera. Sin embargo, este estado de cosas nos acerca, en algunos aspectos, al hombre primitivo. El idioma la refleja: nos estamos aproximando fatalmente a la lengua de los primitivos Yahoos.
Es posible que los avances del siglo XX hayan multiplicado las rocas de Sísifo en los hombres: un logro lanza a otro por el despeñadero y hay que volverlo a levantar de alguna manera. Lo primero que exhibe todas estas nuevas e irreversibles realidades es el idioma, por eso no debe dudarse que estamos ante una inminente transformación de nuestra lengua.