Nos fuimos a comer a Celestún. Eludimos el paseo de los flamencos y si acaso recorrimos el puerto atisbando un desarrollo turístico que empieza a gestarse. El día estaba radiante y finalmente llegamos al restaurante situado en la playa , a algo más de cien metros de un mar apacible y cariñoso. Pampanos es la prolongación sobre la arena del restaurante famoso de Chivirico que se encuentra cruzando la calle. Su esposa doña Ligia es legendaria por su simpatía y su buen toque en la cocina. Siempre he pensado que los sabores en la playa se vigorizan, y más después de un baño de mar. No nos bañamos en el mar, pero si fuimos dignos de descubrir los secretos sabores de algunos platos. Abrimos la tarde con una cerveza bien fría y un tequila Hornitos. Tiempo después una señora joven que ocupaba una mesa vecina nos enseñó un truco: se pone un poco de tequila en las manos , se deja evaporar y si al final queda olor a agave o a barrica, en el caso del “reposado”, el tequila es bueno. El caso es que repetí la dosis con placer. Proseguimos con un ceviche de jaiba y otro de pulpo blanco. A pesar de su rusticidad decorativa la jaiba fue un plato perfecto. La combinación de los sabores permitía la delectación en la geografía de la lengua. El dulce y tierno sabor de la jaiba, el ácido del limón , el amargo del tomate y la cebolla, que no lograba soltar toda su glucosa, pero contribuía con su toque. Después del encantamiento de la jaiba era imposible encontrar plenitud en otro plato. Buen refugio fueron el pulpo y cierto boquinete al carbón que dejó sentir la galantería de su carne. La brisa exhalar todo el hechizo del mar y la tarde se tornó más hermosa. Pensé en un verso de Paul Valery : “La mer, la mer, toujour recommencée ”(la mar , la mar , todos los días recomenzando). Toda clase de temas sencillos nos ocuparon. El valor de los terrenos en la costa yucateca, la arquitectura colonial , el turismo y hasta la fe en el más allá. Volví convencido: Pampanos , en Celestún, en uno de los mejores lugares para comer en Yucatán.
