OBEDIENCIA-PERFECTA-

Del blog de Guillermo Fajardo 

Primer apunte: no es posible retratar en su totalidad lo que es una vida sin antes corregir las ansias de llevarnos a los límites por los que pasaron sus protagonistas. Es decir, se tiene que respetar la vieja fórmula de no intentar entender a un hombre como una perversidad pero tampoco como un santo. En medio de los extremos de esa liga se encuentra el drama humano.

Obediencia perfecta, la nueva película que busca retratar la vida de Marcial Maciel, no es para aquel que busque indagar las razones, la psique o las motivaciones del fundador de los Legionarios de Cristo sino, más bien, para quien se quiera deleitar por el morbo generado alrededor de su figura. La película es demasiado indulgente con lo que el público quiere ver y llega a abordar de más –casi como si la vida de Marcial Maciel fuese su gusto por los niños- el conflicto sexual. La película falla terriblemente porque se concentra exclusivamente en el Marcial Maciel pedófilo y no en el sacerdote emprendedor, que llevó a fundar cientos de escuelas y centros alrededor del mundo y que hoy día funcionan como una gran máquina de mercadotecnia católica, combinada con una aspiración nice y conservadora de subir en la escala social. Esto le hubiera dado a la película un toque de realidad que nos llevara a condenar y vislumbrar la gran contradicción que puede existir en una vida humana: hacedor de las obras de Cristo de día, morfinómano, pedófilo y mantenedor de relaciones extra matrimoniales de noche.

Segundo apunte: los símbolos funcionan si  lo que se busca representar está sostenido por un guión que narre -sin señalarlo explícitamente- lo representado, o sin exagerar en demasía lo que se enseña.

¿De qué sirve poner a Marcial Maciel repartiendo el pan –como en la última cena- si nunca se ve como un líder moral, un líder espiritual y ni siquiera como un empresario de Cristo? ¿Para qué poner a Marcial Maciel conduciendo ovejas si lo único que se pretende con Obediencia perfecta es retratar al pedófilo? ¿Para qué poner la iluminación, en el confesionario, del lado del Maciel confesor contrapuesto al pecador alumno si toda la película se empeña en ponerlo como el malvado de la serie, el hacedor último del mal? ¿Para qué empezar la película con unos insectos copulando si se señala, hasta el cansancio, el tono sexual y hasta picaresco –risilla incluida, rubicunda y apagada- de los Legionarios?

Tercer apunte: retratar una vida no es plasmar un espacio temporal sino extenderlo. Obediencia perfectase centra en la vida de Marcial Maciel joven. En el espectador queda la duda de cómo se inició el largo camino oscuro hacia ese descenso tan particular e irónico de un sacerdote convertido en pedófilo, morfinómano y manipulador. ¿Será que Marcial Maciel tenía alguna especie de trastorno? ¿Cómo es que forjó la idea de fundar los Legionarios de Cristo? ¿Por qué salió a la luz toda la verdad al final de su vida y no antes? ¿Cuántos lo sabían? ¿Quién lo solapó? ¿Siguen en la organización? ¿Cómo se sienten las familias que pusieron a sus hijos en escuelas como el Cumbres, el CEYCA, el Alpes, el Rosedal? ¿Por qué Juan Pablo II se mantuvo en silencio? Da la impresión de que el director se esforzó en no investigar absolutamente nada. El estrecho pasaje visual que muestra la película no permite entender a Marcial Maciel como un todo sino como un pequeño punto –bastante desagradable- en el espacio de su vida.

Los largos acercamientos de la cámara a los rostros de los protagonistas hacen recaer la narración –en exceso- en los personajes y no en la institución. Casi como si las desviaciones de los Legionarios de Cristo fuesen únicamente responsabilidad de quien concibió la idea y no de quien perpetuó la farsa. Las actuaciones de los niños actores son, en el mejor de los casos, planas, y no dan la sensación de vulnerabilidad que se buscó transmitir, excepto al final, en la escena del lavatorio de pies, donde Marcial Maciel ve a su nueva víctima y esta le responde con una cara de absoluta ingenuidad.

Último apunte: la misión de las escuelas fundadas por Maciel –retratada recientemente en el video de graduación de la escuela Cumbres y comentado por Ricardo Raphael en dos artículos[1]– se ha pervertido –al igual que su fundador- al grado de que los Legionarios de Cristo no tienen impedimento alguno en enseñar que las preocupaciones de las élites están en otro lado y no en el país en el que viven. Hubiese sido interesante ver en la película la tesis de que la riqueza amontonada de los Legionarios no basta para borrar las máculas de su fundador.

El Legionario era una unidad de infantería del ejército romano que ayudó a Roma a su máximo desarrollo. Como en cualquier ejército era necesario entrenarse tanto física como mentalmente para la batalla si se quería seguir con vida.

Los Legionarios de Maciel, en lugar del coraje y las ganas que llevaron a los romanos a formar un imperio de varios siglos, tienen la consigna –por ahora- de esconder los estandartes y bajar las banderas. Es tiempo de reflexión y de refundación. Decirse Legionario, en estos momentos, implica guardar silencio hacia afuera. O se ataca y se habla abiertamente de la vida de su fundador hacia dentro, o se permite que salgan este tipo de películas al mercado. Los Legionarios necesitan escarbar en la herida.

Ahora, más que nunca. De ello depende que sus arcas sigan creciendo.