Artículo tomado de la revista Línea Recta.
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“¿Solo vendrá a comer los difuntos?”, pregunta cada año una de mis tías. Y luego sigue por la libre: “Doña Chelo Vales se bañaba con bata estos días por si algún pixán se metía al baño”. Y terminaba diciendo : “!Dios mío, ni al baño se puede ir estos días!”. Mi tía invoca el marco teórico con unas cuantas voces: “Dicen que si”, es las palabras en que sustenta sus audaces aseveraciones. “¿Por qué van a venir solo los buenos pixanes? También vienen los asesinos, los violadores, los ladrones, los muy malos…muy malos”. “!Cállate Adela por vida de Dios!”, le revira una de mis tías.

Lo cierto es que de acuerdo a las creencias de los mayas de la antigüedad estamos viviendo el Quinto Mundo. El 14 de agosto del 3114 antes de Cristo, día en que fue destruido el Tercer Mundo empezó un nuevo tiempo que se destruyó el 23 de diciembre de 2012, es decir 5200 años después de la creación del universo. En medio de este nacer y renacer constante de la naturaleza y del hombre los mayas establecieron una fiesta en el sentido puro de la palabra, pues anulando el tiempo y el espacio situaba a todos en un tiempo indeterminado en que no había muerte. Ya se sabe: para nosotros la fiesta tiene un sentido ritual, por eso se explica y se justifica en cierto modo.

El Día de Muertos para los mayas era también una evocación de la creación. El altar de muertos es eso justamente, de ahí que sobre el mantel blanco del norte se tenga que colocar una cruz de madera de color verde que representa a la ceiba sagrada, el wakah-kan, que se erigió para marcar el territorio de la creación ; asimismo son necesarias 23 jícaras con alimentos sólidos; trece de estas jícaras corresponden a los trece cielos u Oxlahuntikú, nueve a otros tantos infiernos o Bolontikú y uno al nivel terrestre. El altar debe contener cuatro jícaras, una para cada uno de los puntos cardinales; y tres adicionales que representan a las tres piedras del fogón con que inició este mundo y que hasta hoy pueden verse en la forma del cinturón de Orión. También son indispensables siete montoncitos de trece tortillas cada uno dando un total de 91 que representan los días de una estación. Erigido el altar, anulado el tiempo y el espacio, los pixanes, las almas que no mueren, vienen, como cada año, a comer la “gracia” de los alimentos para poder regresar posteriormente.

Algunos sostienen que los afanes inquisidores de los españoles hicieron blanco en los ritos públicos de los mayas, pero no fueron tan eficientes en los privados. De ahí que el Hanal Pixán como fiesta haya perdurado, como han perdurado las llamadas “misas milperas”. Sin embargo es innegable el cambio de religión en la mayoría del pueblo maya y en tal sentido es legítimo el advenimiento de los símbolos del cristianismo que también reconoce una fiesta para los fieles difuntos. Hay elementos que se conjugan en forma natural: los pixanes para venir a las casas e irse necesitan ser guiados ya que los mayas de la antigüedad enterraban a sus muertos en los patios de sus casas, los españoles trajeron los cementerios y la prohibición en los panteones domésticos, y a un tiempo, enseñaron a los mayas a hacer las velas; así pues cementerios y veladoras son consecuencia natural de la conquista.Mis tías ponen una veladoras grandes para mostrarle el camino de ida a los pixanes; así ponen unas mesas para “las almas malas” , las que nadie quiere, esa mesas las poenen afuera de la casa, por si las dudas. “Hasta el infierno lo tienen abierto estos días, para que salgan hasta los malos”, dice Adela Pech para el terror de mis pobres tías.

A todas luces es posible que los elementos mayas y cristianos convivan , esta es la inculturación del Evangelio, de la cual se habla con frecuencia. Lo que si es motivo de cierta turbación es que se exhiban altares de muertos donde la abundancia de cosas de toda índole hace disuelve la importancia de los signos, presentando, en algunas ocasiones, una mal conformada amalgama de utensilios, trastos, botellas, frutas , dulces , guisas, imágenes , retratos y cuanta cosa pueda caber en una mesa y en la imaginación desbordada de quien la confecciona. Obrar así no es mantener viva una tradición, en todo caso es desfigurarla.