Octavio Paz Lozano: Foto por Johnn Leffmann

Octavio Paz Lozano. Foto por Johnn Leffmann

Hace ya algunos años me encontraba saliendo por una puerta internacional del aeropuerto de la Ciudad de México cuando advertí que se aproximaba Octavio Paz. No encontrado con facilidad una manera de saludarlo, cuando ya se alejaba, acudí a su poesía.

“Un sauce de cristal, un chopo de agua,

un alto surtidor que el viento arquea,

un árbol bien plantado mas danzante,

un caminar de río que se curva,

avanza, retrocede, da un rodeo

y llega siempre.”, alcancé a decir con voz elevada. Se trata de los primeros versos de Piedra de Sol de la autoría de Paz. El poeta se sorprendió notoriamente y se aproximó. Nos saludamos cordialmente. Me interrogó y al saber que era yo de Mérida me dijo: “Mérida ha significado más para mi que lo que yo he significado para ella, claro está, pero me gustaría volver”.

Octavio Paz vivió en Mérida  en el año de 1937: “fue mi primera salida de México”. De aquí se fue al encuentro de poetas y escritores antifascistas en Valencia, España, previo matrimonio con Elena Garro.

Durante su estancia en Mérida escribió el poema “Entre la Piedra y la Flor”, que entraña una suerte de crítica al agrarismo revolucionario. La versión definitiva del poema se publicó en 1976 , tras algunas enmiendas del poeta. A mi me ha perecido  por momentos más una hermosa selección de aforismos.  Uno de sus versos dice de nuestra tierra” “¿Qué tierra es ésta?¿Qué violencias germinan bajo su pétrea cáscara?” Sentía cierta fascinación por algunos personajes yucatecos: don Jorge Ignacio Rubio Mañé y “sus curiosos estudios sobre los virreyes de la Nueva España”; don Ermilo Abreu Gómez y su “devoción por sor Juana” y en especial por esa personalidad rica y sencilla que fue el Dr. Eduardo Urzaiz Rodríguez. Nos detuvimos en don Silvio Zavala Vallado.

Tras los hechos del 68 Octavio Paz, con más de cincuenta años, renunció a la embajada de México en India. Fue un gesto valiente y generoso que queda como un signo contra la represión y la intolerancia. Don Silvio Zavala era embajador de México en Francia y  pidió un juicio público para Octavio Paz que lastimaba la imagen del país en el extranjero. Se ha dicho, no es fácil creerlo, que don Silvio promovió que se espiara a Paz durante su estancia en París. Es inevitable ver ante la noble actitud de Paz algo de mezquindad en don Silvio que declinó de uno de los deberes del intelectual: la crítica, y optó por la postura clásica de muchos escritores en América Latina: servir al déspota. Esto no le reduce un solo mérito  a don Silvio que logró una obra historiográfica única para  España y América. Años después Paz nos daría otra muestra al renunciar a la dirección de Plural, la revista cultural que editaba Excélsior, cuando Luis Echeverría le asestó aquel golpe gansteril al periódico.

México se dispone a celebrar los cien años del natalicio de Octavio Paz y Mérida puede aprovechar la ocasión para rendirle un homenaje a un personaje que se cautivó con ella.