Estatua de  Salvador Alvarado, Mérida Yucatán

Estatua del Gral. Salvador Alvarado quien fuera gobernador del Estado de Yucatán.

La estatua del Gral. Salvador Alvarado que se encontraba a la entrada de las oficinas de Cordemex fue trasladada a una pequeña glorieta que se encuentra justamente detrás del majestuoso edificio del Tribunal Superior de Justicia, en la Inalámbrica. Es una suerte de ironía: don Salvador se irritaba tanto con los abogados y los sentía tan peligrosos que mandó a clausurar la Escuela de Jurisprudencia del Instituto Literario de Yucatán. Salvador Alvarado se creía un auténtico libertador, estaba convencido que su labor trascendete se podía realizar por encima de la legalidad, esta a pesar de que solía guardar las formas en cuanto a la emisión de leyes y decretos. La estatua misma llama a extrañeza: el general revolucionario, apuntado al horizonte en actitud de guía, abraza a un peón de campo que sostiene un penca de henequén. Salvador Alvarado no liberó a los trabajadores que se encontraban sojuzgados en las haciendas, sin liberad para transitar, por los efectos de la famosas «chichan cuenta» y «nohoch cuenta»; quien promulgó el decreto que abolía esa forma de dominio fue el coronel Eleuterio Ávila. Como es fácil intuir los efectos del decreto libertario no se dieron: la ignorancia y la incapacidad real para aprovecharlo lo impidieron. Alvarado lo que si promovió, con mejores resultados pero también con ostensibles limitaciones, fue la cruzada de informar a los peones de las haciendas del decreto y del derecho inalienable que tenían para hacer uso de su libertad. A quienes sí liberó Alvarado fue aquellos que con iguales procedimientos estaban cautivos en calidad de sirvientes; con igual impetu se ocupó de las prostitutas, cerrando los burdeles y protegiéndolas de las iniquidades de las «casas de asignación». También se beneficiaron temporalmente de los afanes libertadores del general los hacendados henequeneros quienes ya no eran manipulados por las casas intermediarias, tratando ahora directamente con la celebérrima comisión Reguladora del Mercado del Henequén. Sin embargo y este es otro equívoco de la estatua de don Salvador: eliminar a las casas intermediarias implicó un súbito aumento del precio pero, a un tiempo, estimuló a otros oferentes de henequén para el mercado norteamericano. Un senador y un diputado del Congreso de los Estado Unidos protestaron enérgicamente y apremiaron a los cordeleros norteamericanos a buscar un sustituto para el sisal de Yucatán. A don Salvador estos escándalos posiblemente le cayeron bien, lo cierto fue que no se detuvo en su política alcista lo que incrementó las arcas de muchas hacendados yucatecos. A la larga las medias de Alvarado fueron ruinosas: la producción henequenera de Yucatán en 1916 a un año de la entrada de Alvarado fue de 214,457 toneladas, en 1924 fue de 109,265 toneladas y en 1934 de 93,000 toneladas, siendo que la producción mundial aumento de 370,367 toneladas en 1924 a 439,825 toneladas en 1934. Alvarado, en realidad, no fue un estratega del henequén, ni un hombre que haya podido mostrar algún futuro promisorio en ese sentido. Quizás sus logros más apreciables estuvieron en otros campo: las escuelas rurales, los congresoss peda´goicos y feministas., las leyas del trabajo y agrícola, etc; pero en el campo del henequén sus actuación no fue provechosa para el estado, aunque si para la mayoría de los hacendados. La Revolución no fomentó la verdad y en cambio alimentó los mitos que le eran convenientes o que creía que le servían con eficacia. Pocos pueblos en el mundo pueden levantarle estatuas y consagrar estadios a la memoria de un gobernante que se instauró por fuerza y ya en el poder insultó soezmente al pueblo que gobernaba. Este es el caso de Yucatán en términos denigrantes, llamándolos entre otras cosas «afeminados».

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