A mis tías de Itzimná les tocaron los carnavales de los años cuarenta, pero supieron de aquellos románticos de los años veinte. Había unos paseos ingenuos, pero sobretodo bailes. “yo me disfracé de Ana de los Mil Días”, dijo una, “para un sábado de fantasía en el Country”.

-¡Ay, fo!, ya empezó a aporrear la lengua ésta mujer –dijo con claridad mi tía ante el comentario de su muchacha María Pech.
-Pero si sólo estoy cantando…
-Ay fo – dijo X´Pet – yo no estoy tan poch, para que un weerek quiera hacerme loch.
-¡Ya cállate, por el amor de Dios! Yo no estoy tan poch porque estoy casada–díjo una María desafiante.
-Hay Dios pero las que se quedaron xukniñas y dicen que lo tienen conservado y lo van a llevar completo, ésas tienen que estar más poch las pobres.

Carnaval Mérida

Carnaval Mérida

-CARNAVALES LINDOS los de la época de mi mamá –decía una de mis tías con rostro soñador. El martes era de batalla, pero de batalla de flores. En el viernes de corzo andaban todos con sus antorchas. Los bailes de La Lonja y de La Unión eran preciosos. ¡qué cosa más linda!, ahora lo volvieron una gran borrachera…
– Pero tía –le observaba yo–esa es la función del carnaval: provocar la catarsis de la sociedad, la disipación, es una forma de que la comunidad se libere de sus tensiones.
-Eso podría ser antes papacito, pero hoy en día hasta las muchachas se embriagan todos los fines de semana. Antes, a una joven que se le pasaban las copas nadie se casaba con ella, se ponía en boca de la gente, la hacían dzik a la pobre.
-No digas esas cosas tía, no te vaya a oír María Pech y diga que por eso no se casaron.
-Me reventé– contestó-, a mí nadie  me puede levantar un cuento. ¡Adiós! Yo siempre he sido una muchacha muy pudorosa.
– UNA DE MIS TIAS está segura que en un día de locura carnestolendas las turbas enloquecidas con el alcohol van a asaltar el Palacio Cantón y lo va a destruir.
-Lo que pasa es que son ignorantes- me decía con sorna –pero Don Pancho Cantón los persiguió en La Guerra de Castas. Cuando lo sepan bien vas a ver tú cómo se pone esa gente. ¿Y los Montejo? Vas a ver tú donde van a terminar. Que se vayan al Sur, al cabo de la ciudad para que hagan todas sus caballadas.-Pero tía de eso se trata, de que toda la ciudad se congregue en la avenida más aristocrática.
-Ya lo tienen dicho, las calles son para nosotros los huinikes y al que no le guste que se vaya –intervino María, mientras estaba haciendo como que sacudía.
-No es eso María Pech –alegaba mi tía- es que no se saben comportar, hasta sus necesidades hacen en público.
-¿Y cómo entonces? si usted ve a un perro dar su cuerpo, de él no se asusta, pero pega su grito por el cielo si ve  un cristiano–exponía con razón María Pech.
-No entiendes nada mujer- sentenciaba mi tía.

-MIS TÍAS NO COMPRENDÍAN POR QUÉ LOS CARROS ALEGÓRICOS ERAN DE COMPAÑÍAS Y NO DE AMIGOS. NO ENTENDÍAN COMO SALÍAN ESAS SEMIDESNUDAS, CON PATAS DE XKOKITAS.

Mis tías no comprendían por qué los carros alegóricos eran de compañías y no de amigos. No entendían como salían esas semidesnudas, con patas de xkokitas, mostrándose sin recato. Volvían a su frase de siempre: “La mujer debe ser pudor, debe ser virtud”. Recuerdo que cuando oyeron cantar, hace décadas, a la Lupita D´Alessio aquella canción de “Ya no siento nada al hacerlo contigo…”, les dio pasmo de costado. Con secrecía una de ellas dijo: “Esta es una de a peso”. Traté de explicarles a mis tías que estas fiestas contribuyen al vigor y a la paz de la ciudad. “ajá”, dijo una de ellas. Se oyó la voz de María, más fuerte: “Si estas tan poch, de hacer a alguien jich, ve a tu wotoch, y abraza a tu chichí”.
-María te vas a quemar en la última caldera del infierno-
Dijo mi tía con cierta tristeza, como vencida por la seguridad de María.