Los carnavales de Mérida en la era henequenera

LA ERA HENEQUENERA Y EL ROMANTICISMO

La riqueza proveniente del henequén se reflejó en los carnavales de la ciudad. Justamente el año que se reconoce como punto de partida de la era henequenera se dictó un denamiento significativo en torno al carnaval. Se mandaba que en las puertas de los predios donde pasaría el carnaval se regara. El derrotero del Bando del sábado anunciaba: “Partirá a las 4 de tarde frente a la iglesia de Jesús María, o sea de la sociedad La Unión, hasta la plaza de Santiago, volviendo hasta la esquina de El Tigre doblando a la derecha hasta la Cruz Verde y de este punto a la izquierda, pasando por La Lonja hasta la esquina de El Moro. Desde allí tomará por La Perdiz, doblando a la derecha hasta la plaza de La Mejorada, regresando por la misma calle hasta la esquina de La Culebra, El Perro y Los Dos Toros”. En el Bando, o paseo con que comenzaba el carnaval, se podían ver jinetes, calezas, coches, carretas, carretillas, bolanes, diligencias, ómnibus y calesines. La primera Batalla de Flores se efectuó el martes 10 de febrero de 1891. A la batalla se celebraba a lo largo de la calle Porfirio Díaz (hoy calle 59). Un cronista anónimo de la revista Pimienta y Mostaza describe en los siguientes términos la batalla: “En lujosísimos trenes adornados con el mejor gusto se ven desfilar centenares de carruajes ocupados por mujeres hermosas, vestidas elegantemente con traje de fantasía, todas van pertrechadas de flores de vistosos matices, de rosetas, confetís y palomas, y al encontrarse se las arrojan de carruaje a carruaje”. El Romanticismo imperante en aquellos años fue cómplice de estas escenas tan plenas de la esencia de la época, y en mucho distante ocasiones pasadas y futuras. Pronto el carnaval meridano fue cobrando esplendor y ya para 1903 el escritor Rafael de Zayas Enríquez escribió:

“Mérida ha conquistado gran fama por la suntuosidad con que celebra las fiestas de carnaval, a las que concurren gente de todo el estado y aun de lugares distantes de la República. Estas fiestas son un verdadero derroche de ingenio, de dinero, de lujo, de animación y alegría, que no encuentra en América nada que se asemeje, fuera de las fiestas análogas de Nueva Orleans”.