Dice don Manuel Barbachano y Tarrazo: “La clase media y nuestros hombres de pergaminos de plata, que son los que constituyen la única aristocracia del país, preparan, arreglan y llevan a cabo siempre sus bodas como los conspiradores sus planes y maquinaciones, sigilosamente, como si temiesen ser descubiertos y cogidos in fraganti y como si la importancia del asunto estribase en sorprender al público con la rara novedad de un casamiento más. …Dos o tres días después las tarjetas participadoras del suceso , que se difunden por la ciudad, lo ponen a la vista….”. El mismo don Manuel nos dice: “En los barrios  un día de boda , si los novios tienen algunas comodidades, es un día de jarana , no solo para los interesados y sus familiares sino para todo el que quiere tomar parte”.

La pregunta es ¿Cuándo la clase pudiente imitó a los pobres? Hoy en día se hacen bodas para más de mil invitados. A menudo se dan platos frío, o más o menos, con pavo, pierna , jamón y ensalada. Pero hay también las pretensiones de un menú caliente con filete o pollo a elegir. Desde luego se ponen bufets con ensaladas, camarones, diversas carnes con diversas salsas, etc. Todo rociado por licores importados y , si el caso es, por champaña. La mesa de los dulces es otra excentricidad : delicias de almendra, yemitas de huevo y otras confecciones sublimes. Todo de pésimo gusto si atendemos que se vuelve una fiesta de masas y se pervierte el espíritu que la debe animar. Esta costumbre es propia de Yucatán y no es común verla fuera de este Estado. Nadie tiene tantos amigos cercanos como para hacer una fiesta de estas dimensiones . Así las cosas se vuelve un festejo que pierde su naturaleza, una suerte de baile de máscaras o una vaquería del pueblo, por mucho que se quiera dar la imagen de refinamiento. Quemar en unas horas millones de pesos no deja de ser una atrocidad, o una insensatez. Quizás ya no dure mucho esta costumbre y veamos cambios en el futuro. No se regresará a lo que consigna Barbachano , pero si recobraran las bodas su dignidad.