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Las bardas no ofrecen seguridad. Quizás puedan impedir salidas pero son ineficaces para las entradas. Hay en ellas una clara pretensión de aislamiento y un mensaje para los que nos rodean: no somos parte de lo mismo. Aparte de eso son perniciosas. En nuestro clima al impedir la libre circulación del aire fomentan la humedad que va minando lentamente las instalaciones hidráulicas y eléctricas, así como al edificio mismo. Una casa con barda es digna de sospecha en cuánto a su estado y su valor. Es posible que el precio del metro cuadrado de construcción se haya desplomado por la erosión de la humedad. También es cierto que una calle con bardas pierde su valor o se le ve afectado. Las bardas despojan a una calle de su nivel humano y cuando hay varias la convierten en insegura. Sorprende que existan por los cuatro puntos cardinales de la ciudad y que exhiban un patrón cultural. Solo en los tiempos del Funcionalismo se consideró como un imperativo eliminar las bardas. Cierto es que en el siglo XVIII se empezó a considerar el paisaje urbano y en el Paseo de Montejo no muestra la presencia de las ominosas bardas que ya le están haciendo daño a las ciudad.

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