La guerra de Castas en Yucatán, México

Hace algunos años se dio una suerte de debate público sobre la figura de don Eulogio Rosado, coronel del ejército de los blancos durante la Guerra de Castas. Algunos piensan que Eulogio Rosado no merece un parque en la ciudad de Mérida; no es extraña su opinión: la Guerra de Castas, desde el siglo XIX, ha sido vista, y a menudo narrada, con subjetivismo. Justo Sierra O’ Reilly creó la imagen del indio salvaje que atentaba contra los humanos civilizados de Yucatán, a él lo secundó su generación y aun la siguiente. A principios del siglo XX las cosas fueron cambiando y con la Revulución se fueron al lado opuesto: los crueles fueron los blancos. Con esta idC’a han nacido y crecido muchos. Existe otro factor no menos importante: no se ha hecho un estudio profundo, y global, sobre la Guerra de Castas; más aun: las ultimas generaciones no han explorado detenidamente la gran cantidad de documentos existentes. Debemos a los investigadores extranjeros hallazgos notables, pero todos fragmentados y, en ese sentido, a pesar del cuidado en su elalboración, limitados.Los historiadores del siglo XIX nos mencionan, y en no pocas ocasiones nos detallan, las crueldades del bando de los indios: casas incendiadas con familias que salían desesperadas huyendo del fuego para ser salvajemente lanceadas; mujeres, ancianos, niños de pecho y tullidos acribillados, convertidos en antorchas humanas antes de ser engullidos en un ritual antropofágico a doña Dolores Patrón, dueña del rancho de Yaxché, una turba indígena le tomó setenta onzas en oro, novecientos pesos en plata, y no satisfechos, en presencia de la señora y de sus hijas, asesinaron al hijo varón a quien le sacaron el corazón para exhibírselos a las mujeres aterrorizadas; palpitante todavía la víscera cardíaca la dividieron en pedazos y se la comieron, acompañándola con la sangre que brotaba de las entrañas del joven muerto. Sobre las crueldades de los blancos se dice poco, el período en que han sido los villanos no ha producido trabajos historiográficos importantes, de manera tal de que sigue dependiendo de lo escrito anteriormente, sobre todo de la obra de Baqueiro Preve. Todo ha vivido en los últimos años cobijado bajo las ideas románticas y deformadas de la Revolución y ,según se ve, hay quienes así quieren dejarlo. Pero eso es imposible, o, al menos, muy difícil: tres militares importantes del bando de los blancos «tienen nombre de parque» o estatuas en los mismos: Sebastián Molas, el «León del Oriente»: Santa Lucía (de suyo en la estatua de este parque, llamado de Los Héroes, descansaron, según una placa que existió, los restos de este militar del bando de los ladinos); Manuel Cepeda Peraza (parque Hidalgo) y José Eulogio Rosado (remate de La Calle Ancha del Bazar o Paseo de las Bonitas). El asunto está en las calles, en los parques públicos, y, en los últimos años, contradiciendo el discurso oficial y generalizado.

LA NATURALEZA DE LA GUERRA

La primera inexactitud puede encontrarse en el nombre pues, en sentido estricto, no se trató de una guerra de castas: el ochenta por ciento de los «blancos» eran indios mayas; entre los sublevados había blancos, pocos, ciertamente, pero con una gran influencia. Todas las guerras sino parten de la esquizofrenia muy pronto la tienen que convocar, quizás por eso la Guerra de Castas fue dando unos signos de trastorno más allá de la lógica: al líder rebelde Cecilio Chí lo asesinó su propio secretario; a Jacinto Pat los partidarios de Chí; una fracción de indios se separó dando lugar a los llamados Indios Pacíficos del Sur, que contrariados por que Belice les vendía armas a los sublevados de Chan Santa Cruz atacaron a la colonia británica creando un problema de política exterior; el de la fama reverdecida, el coronel Eulogio Rosado, hizo prisionero a Sebastián Molas y lo pasó por las armas; Manuel Cepeda Peraza se salvó de correr la misma suerte por que logró darse a la fuga. Esta guerra cruel que no respetaba a la población civil, a las mujeres, a los niños, a los ancianos y a los enfermos condujo, como tenía que ser, a la autodestrucción.
Esas almas que aspiran a ser virtuosas descubriendo en las controversias humanas luchas cíclicas entre el bien y el mal, y que en el caso de la Guerra de Castas identifican el bien con los indios y el mal con los blancos, proceden a menudo con ignorancia o con mala fe, o con una peligrosa combinación de ambas. Se puede sentir simpatías por el fin que perseguían los indios, pero sus medios fueron repugnantes y execrables. La Guerra de Castas fue en un principio un conjunto de revueltas que convergían en algunos puntos y divergían en otros. Ya se sabe: la diferencia entre una revuelta y una revolución es que esta última posee una doctrina, una ideología; las revoluciones siempre han empezado como revueltas para transformarse posteriormente. Para algunos la Guerra de Castas se convirtió en una revolución con la aparición de la Cruz Parlante, cuando los indios sP convirtieron en los hoy legendarios Cruzoob. Fe e ideología pueden ser la misma cosa. El siglo XX nos mostró de qué son capaces los fundamentalistas ideológicos. Para otros, la Cr JZ Parlante, que se mueve en el territorio de la s perche ‘d, fraudulenta como todas, no puede representar doctrina alguna y por lo tanto no le dio sustento ideológico a la revuelta. A pesar de esto la Guerra de Castas ha sido la única insurgencia
exitosa de indios en América Latina y se extendió por años de manera tal que dio lugar a otras características a lo largo del tiempo: en ambos bandos nacieron y crecieron jóvenes que se envolvían en la guerra, y en los odios, con idas distintas a las de sus antepasados. Comprender todo este fenómeno requeriría más espacio del disponible en esta ocasión, de ahí que tan solo pretendamos hacer algunas observaciones.

Mapa de la guerra de Castas

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LA SITUACIÓN DEL INDIO ANTES DE LA GUERRA DE CASTAS.

La legislación existente antes de la Guerra de Casta había disuelto las repúblicas indígenas, seguía imponiéndoles a los naturales una fuerte carga impositiva que, aunada a las obtenciones parroquiales, se volvía muy gravosa; evitaba que los indios pudieran hacer sus casas en las cercanías d ellos pueblos y los despojaba de las tierras de realengo que eran comunales. Detrás de toda esta legislación estaba la paranoia de los blancos, esa que existió desde los primeros tiempo de la Colonia y que tenía eu ver con el escaso número de conquistadores en relación con los conquistados. Cuando Justo Sierra O’Reilly fue a los Estados Unidos en busca de ayuda para los blancos, adujo que la situación era desesperante y que los indios sacarían a todos los hombres civilizados de la Penínsual de Yucatán por lo cual era urgente el socorro de los Estados Unidos; ante estos razonamientos los norteamericanos le contestaron a don Justo: que si siendo menos pero civilizado no los podían controlar, pues nda tenían que hacer en esa tierra que le pertenecía a los indios. Realmente la situación de los indígenas antes de la Guerra de Castas era pero de lo que había sido en tiempo de la Colonia. Cierto, los mayas y los españoles de los primeros años de la Coloina no eran los mismo que los de 1847, se habían transformado en un ámbito poco estudiado por los investigadores: el doméstico. Sin embargo el odio multicelular de los indios por los blancos palpitaba y se desbordó cuando encontró la forma de librarse.

LA INESTABILIDAD DE LA REPÚBLICA Y DEL ESTADO

Esos años, la década de los ochenta del siglo XIX, fueron los de Santa Ana y sus idas y venidas; fueron los años del centralismo y de las separaciones de Yucatán. Estas últimas jugaron un papel muy importante en la Guerra de Castas, pues para hacerle frente a la expedición que iba a sojuzgar a Yucatán se armó a los indios y se les dio, de alguna forma, una preparación para la guerra. En un periódico de la época apareció esta frase: «Hijos de Tutui-Xiu y de Cocom, sois los leales defensores, sois los dignos hijos de la Patria y pronto la Patria os recompensará». No fue una profecía en el sentido exacto pero si fue una suerte de prodigioso anuncio de lo que estaba por venir. No menos importante fue la lucha. por el poder que mantenían dos políticos rivales: Miguel Barbachano y Santiago Méndez; el primero representando a Mérida y el segundo a Campeche. Las rivalidades y disputas de estos dos personajes, y de sus seguidores, fueron determinantes para. la. guerra que los rebasó a ambos que por lo demás solo perseguían el poder. Este estado de zozobra ofrecía las oportunidades para una revuelta. que solo buscaba. la oportunidad para surgir.

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