Por Gonzalo Navarrete Muñoz

Catedral-de-Merida

Fachada de la Catedral de Mérida

Dice Montejo : “Antes que pase adelante, no puedo dejar de advertir, que no ha un año entero, que vino de paz Tutul Xiu, señor de Maní, por haber sucedido en día de San Ildefonso, le eligieron por patrón y ahora con la devoción de la Virgen Santísima (que es la de la Encarnación) no lo ejecutan; pero la Majestad Divina cela sin duda el cumplimiento de las promesas hechas a los Santos, y dispuso que se ejecutasen por el modo admirable que se dice adelante, dándose por titular aquella iglesia”.

Lo primero que vale la pena notar es el tono en que habla Montejo: se toma el derecho de interpretar la voluntad divina y casi habla en nombre de Dios. Asimismo llama la atención la importancia que tienen los santos. Una de las protestas de la Reforma de Lutero fue contra la veneración a los santos. Mérida nace en el contexto de la “contra reforma” y quizás por eso se da una reivindicación de todo el santoral denostado por los protestantes. Los templos de la ciudad de Mérida fueron consagrados a santos y vírgenes, pero ninguno a la figura de Cristo, salvo El Jesús que debe su nombre a la determinación de los jesuitas.

La catedral de Mérida tiene varias singularidades. Su desproporción es una de ellas. La desmesura de todo el frontis ante sus puertas y el rompimiento de la escala urbana son sorprendentes. Sin embargo lo que más asombra es que en todo el frontis no haya una sola cruz, un Cristo. Están San Pedro y San Pablo en la fachada, pero nada más. Por el contrario, ostentoso y presidiendo la Plaza Principal se encontró por siglos el escudo de las armas reales de Felipe III, de la Casa de Austria. Este escudo fue tapiado y sobre él se puso uno más comprometedor: el escudo del primer imperio con el águila imperial.

La Iglesia no es representante de ningún poder temporal, no lo debió haber representado nunca. Pero la catedral contradice este principio rector. No es la cruz, símbolo del martirio y la resurrección de Jesucristo, la que preside la catedral: es el escudo del emperador Agustín de Iturbide. No hay ninguna disonancia con el resto del conjunto. En la Casa de Montejo es un soldado con un garrote quien le pisa la cabeza a un indígena con cara de diablo. No es la fuerza de Jesús, profeta del amor, la que resplandece y redime sino la de la fuerza y el orden que domina. Esta es una lectura inevitable, quizás no válida para nuestros días pero que refleja el ánimo de la conquista y su presunta evangelización.

 

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Fachada de la Casa de Montejo