la evolución de los medicamentos en Yucatán

Evolución de los medicamentos en Yucatán

Los medicamentos tuvieron una evolución vertiginosa a lo largo del siglo XX. El gran cambio lo constituyó la desaparición de las “fórmulas”, es decir la composición química que ordenaba el médico a la farmacia; en su lugar se generalizaron las medicinas de patente, que son aquellas que un laboratorio fabrica en forma industrial. Se perdió la dosis personalizada pero se ganó en calidad y disponibilidad, que son algunas de las virtudes que ofrece la industria farmacéutica.

Una “fórmula” para curar los fríos y “las calenturas tercianas” se lograba de la siguiente manera: Tintura de Euclipto (8 grms.), Bicarbonato de Sodio (8 gr.), Acetato de Amoniaco (8 gr.), Tintura de Acónico (20 gotas) e Infusión de Tilo (5 onzas).

Eran los tiempos de las píldoras hechas en la botica, de las obleas y los “papelitos”; eran los días de los sinapismos, aquellos cataplasmas de harina de mostaza, aunque también solían aplicarse los cataplasmas de harina de linaza cuyo propósito era disminuir o evitar las inflamaciones. A principios del siglo XX todavía se seguían usando las sanguijuelas para sacar sangre y las ventosas secas y escarificadas. Sin embargo desde los albores del siglo pasado se consumían pastillas, jarabes, tónicos y pomadas que se producían en forma industrial y tenían una gran aceptación.

En los primeros años del siglo XX se recurría con frecuencia al Bálsamo del Comendador, a la Cascarina Leprince, al Láudano de Sydenham, a la Magnesia Calcinada, a la Martialina Couchet y al Ruibarbo en papeles de 10 centigramos; también se consumían con frecuencia las píldoras de quinina “Upjohn”, las Oldolayna-para los dolores de muela-el Polvillo Maravilloso, la Antilitina, la Peligenitorina líquida, la Claudiosina-contra el paludismo-la Sulfoborocina-contra las enfermedades cutáneas-y la Antidolorina, contra todos los dolores. La acreditada botica de don Pedro Troncoso anunciaba un “licor contra la embriaguez”, que resultaba venturoso para la salud.

Ya en los años veinte se consumían píldoras Leveran contra el paludismo, ámpulas de Hemoutyl, elixir Cuadrolina, el compuesto vegetal de Lidia E. Pinkham y el vino tónico de Stearns; por esos años se empezó a consumir en forma generalizada el Iodex y el Vick Vaporub; se consumía frecuentemente el vino “yodotánico fosfatado Peniche, el mejor reconstituyente”, la Emulsión de Scott , “la miel maravilla” Muller, los emplastos porosos Allcock y las Cafiaspirinas de Bayer.

En los años treinta para combatir las afecciones de la piel era común el Mitygal y contra los padecimientos gastrointestinales el Doformo; para los molestos dolores de dientes y muelas se prescribía Veramon y, desde luego, en los hogares no podía faltar el Mentholatum que representaba don Pedro García Argaéz; se recurría a las cápsulas Demilúdicas para combatir el paludismo, al Laxativo Bromo Quinina y a la Quinna Laroche como tónico aperitivo. Las tabletas de Hemitol de Bayer se recetaban como antiséptico urinario, contra la tuberculosis pulmonar se mandaba Ionine y contra la piorrea, Forhans y para problemas de tos, catarro y bronquitis, la solución Pautauberge . También se consumía la leche de magnesia de Phillips, el jarabe pectoral de guiro Menpen y el antiséptico Listerine. En los años cuarenta se tomaba el tónico Wintersmith que era contra el paludismo y la Instantina de Bayer.

En los años cincuenta ya se había hecho muy popular el jarabe de la señora Winslow para la dentadura de los niños, el bálsamo Bengue para algunos dolores musculares, la Urodolina para la acumulación de ácido úrico, la Alacranina para el desprendimiento de verrugas, las pastillas Penetro para la tos y los remedios Humphrey’s para algunos dolores musculares. En estos años ya estaban totalmente popularizadas las Band-itas de Johnson-Johnson, la Fenaspirina de Bayer para los resfriados y para las quemaduras leves el Inotyol. El proceso de industrialización se consumaba: los medicamentos de patente sustituían a las antiguas “fórmulas”. Se multiplicaban las medicinas para satisfacer los padecimientos. La investigación de los laboratorios internacionales alentaba el desarrollo de nuevos fármacos que eran el asombro de la comunidad médica. Aunque eran frecuentes el Orton para “la anemia, falta de apetito, cansancio, nerviosidad y debilidad general”, así como Ptouegén para la tos, entre otros medicamentos populares. Mención especial merece el bálsamo del Dr. Castro que perdura hasta nuestros días y que es de manufactura local.

En los últimos años el mercado de las medicinas ha tenido otra transformación radical: los similares. La industria farmacéutica al invertir grandes cantidades de recursos en investigación y en el posicionamiento de las medicinas las han hecho costosas para el público. Descubierta la acción de tal o cual sal solo es cuestión de adquirirla y ofrecer al mercado un medicamento que presumiblemente tiene los mismos efectos que el de un laboratorio de prestigio pero con un precio sensiblemente más bajo. Este devenir del mercado no acaba de convencer a muchos médicos, sin embargo obra en sentido contrario en amplios sectores de la sociedad que encuentran así una opción accesible. Muchos mexicanos no viven amparados por la seguridad social, y muchos que si lo están no recurren a ella en ciertos casos: las dolencias suelen ser apremiantes y por eso no pueden regirse por los procedimientos y los ritmos burocráticos. Esta novedad histórica replanteara muchos capítulos del sector salud y de la investigación científica. Mientras tanto son comprensibles los recelos de algunos médicos, sin embargo nadie puede cerrar los ojos ante una realidad: la escasez de recursos obliga a actuar de una manera poco ortodoxa: se hace lo que se puede y no lo que se debe. Esta incontrovertible verdad debe ser comprendida cabalmente por las autoridades de salud y por el cuerpo médico para poder lograr mayor eficiencia en el consumo de los medicamentos similares.

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