A fray Diego de Landa le asombró la costumbre de los yucatecos de bañarse diario. Esta costumbre ha prevalecido y de ahí que se establecieran fábricas de jabones en Mérida, Izamal, Motul, Tizimín y Peto. Las materias primas para la elaboración de los jabones eran: sebo de res y manteca de cerdo. Posteriormente se utilizaron grasas vegetales. También se usaba la sosa, obtenida del tzaicán o barrilla. Los jabones de grasa animal era oscuros y de olor poco agradable pero muy demandados al punto de que se consumían en Tabasco, Veracruz y en La Habana. En principio todo se hacía con técnicas primitivas hasta que el químico Joaquín Dondé Ibarra implantó los procedimientos usados en Europa. Se hacían jabones para lavar, jabones de glicerina, jabones de almendras y jabones de olor para tocador. Don José María Oviedo fabricaba velas de sebo de manera tal que también hacía jabones. A finales del XIX existió la fábrica El Elefante de don Pedro Leal Gamboa. También tenía una el señor Clotilde Baqueiro. Otra fábrica fue la de don Gregorio Diego Ayora. En 1898 se estableció en el rumbo de Chuminopolis la fábrica “La Esperanza”, de la que fueron socios: Ramón Ancona Bolio, Alfonso Ailluod, Alberto García Fajardo, Ricardo Gutiérrez y el empresario español Rogelio V. Suárez. Con un capital de 100,000 pesos, la que era una suma muy importante, los señores Ricardo Risueño y José Nelville establecieron una fábrica de jabones “La Carmelita”, con una maquinaria para producir 120 000 piezas diarias de 150 gramos cada una. Ya a principios del siglo XX se estableció la famosa fábrica La Espuma, en la esquina del mismo nombre, en la calle 48 y 63. Esta fábrica que tuvo mucha presencia en el mercado perteneció a la familia Juanes.