GRACIAS MAESTRO

Cuando yo era un niño mis maestros maristas solían hacer un cuento: “Paseaba Jesús por un camino cuando advirtió una fragancia deliciosa. Buscó a la flor que lo producía: tomó a la más erguida y se dio cuenta que no era ella; tampoco era la más vistosa, la más colorida. Buscando encontró a una pequeña flor en un segundo plano y se dio cuenta que era ella la que perfumaba el ambiente. ‘ ¿ Qué quieres como premio?, le dijo Jesús a la flor.   Qué me dejes seguir siendo pequeña y retraída, respondió ‘”. Pasados algunos años me convencí de que Don Luis Ramírez Rosado era la representación de aquel cuento de la niñez. Si nuestros maestros querían que fuéramos así bastaba volver la mirada a Don Luis. Era un maestro excepcional. Nunca me dio un consejo y nunca me reprendió- y Dios sabe que más de una veces lo merecí, en cambio siempre fue muy cálido, con todo afecto  estaba pendiente de mí y de mi familia. Estoy convencido que Don Luis sabía más de nosotros que nosotros mismo. Lo sabía porque Dios le dio una memoria privilegiada. Alguna vez nos contó el primer día de clases, recordó cómo llegamos asustados por las carreras de los de secundaria y preparatoria, por la lo que nos parecía la inmensidad del colegio. Evocaba a Raúl Fajardo colgado de la mano de doña Mebol, a Michel Wabi pegado a doña Faride, y todos y cada uno de nosotros; recordaba mis ojos de niño asustado de siete años. Lo visité en su casa ya enfermó. Al despedirme solo puede decirle: “Gracias maestro”. Hoy, triste porque no volveré a verlo doy gracias a Dios por haberlo puesto en mi camino, fue un guía que me dio mucho cariño cuando tanto lo necesitaba. Personalmente le debo mucho a don Luis Ramírez pero le debo más como yucateco por la cantidad de buenos cristianos y virtuosos ciudadanos que formó. Me consuelo al pensar que hay un destino superior para él.