Es fascinante que los dos mejores pintores, en  cerca de quinientos años de fundada esta provincia de Yucatán , desciendan de dos corrientes que se enfrentaron en el siglo XX: el nacionalismo y la ruptura. Castro Pacho fue un exponente del nacionalismo. Ciertamente emancipó el color de la línea logrando prodigios, pero el tema fue recurrente: la expresión de lo nuestro. Con el advenimiento de la Revolución  se instala el nacionalismo en las artes: literatura, música y pintura. Los tres grandes muralistas se convirtieron en profetas de la Buena Nueva Revolucionaria. Ocupan los espacios públicos con un discurso socialista . Algo extravagante: los revolucionarios no brotan del gobierno, pero los muralistas si contaron con el impulso oficial, caso especial fue David Alfaro Siqueiros. Y es que los espacios públicos proclamaban un mensaje de avanza: la revolución del proletariado. La literatura tuvo su crisis de ruptura en los años veintes . Fueron los poetas de Contemporáneos los que se debatieron con los nacionalistas. La música tuvo tiempo después su propia cruzada por el universalismo. Prevalecía la pintura nacionalista como la filosofía estética nacional  hasta que sobrevino la generación de la ruptura: José Luis Cuevas, Fernando García Ponce y Manuel Feleguerez, entre otros. El manifiesto de la “cortina de nopal” fue rotundo y tardío para México. La querella sobre la presencia de la realidad o su interpretación data de los albores del arte. Sin embargo la filosofía sobre el arte abstracto proviene de finales del siglo XIX cuando los simbolistas abjuraban de la realidad y privilegiaban las emociones internas. El arte ya no debe venir del exterior sino del interior del alma misma. En una feliz coincidencia se encuentra la cita del pintor ruso Vasil Kandisky: “El color es la tecla. El ojo es el martillo. El alma es el piano con sus múltiples cuerdas. El artista es la mano que con una y otra cuerda hace vibrar el espíritu humano”. Visto así Fernando Castro Pacheco se encuentra en un punto intermedio: con el color nos provoca las emociones que inciden sobre el trazo de sus líneas. Castro Pacheco es un punto intermedio entre la realidad y el testimonio del alma. O dicho en otra forma: con el color  nos da su secreta visión  sobre la realidad. Es una bienaventurada coincidencia porque Gabriel Ramírez Aznar, nuestro pintor de la ruptura, es un gran admirador de Kandinsky.

Cuadro   Composición VII de Kandinsky

 

Pasear el Patio de Gabriel Ramírez Aznar

 

En la 69 con 34 de Gabriel Ramírez Aznar

En estos cuadros de Gabriel se nota la influencia de Kandinsky y más aun : la fe del pintor yucateco en el color como manifestación de las emociones , eje central de la pintura.  Ramírez Aznar es uno de los pintores más luminosos de México. La luz de los cuadros de Ramírez inciden en el ánimo, son de un poder preciso. Tanto en Castro Pacheco como en Gabriel Ramírez Aznar el color es fascinante. Ambos son exponentes distinguidos de la historia de la plástica mexicana por su idilio con la coloración. Son los dos mejores pintores de Yucatán que no se enfrentaron sino por el contrario: se tocaron. Ambos enviaron la realidad a los museos y se saquean el alma  para producir emociones que intensifiquen la vida. El arte es legítimo cuando nos revela un misterio del universo y mucho nos descubren estos dos  inmensos artistas.